miércoles, 9 de febrero de 2022

Cuidado con los latines


Tras las desmembración del Imperio romano y la formación de las lenguas románicas en sus diferentes territorios, el latín siguió siendo la lengua culta por excelencia durante largo tiempo. Fue la lengua del poder político plasmado en los documentos legislativos importantes durante siglos, y hasta hace muy poco la de la autoridad espiritual, la Iglesia. Hoy las cosas son bastante diferentes. Las humanidades clásicas han sufrido un evidente retroceso. Ya Bertrand Russell consideraba el estudio del latín y el griego prácticamente una pérdida de tiempo, y solo quedan para la nostalgia los tiempos del rosa, rosa, rosam... de Jacques Brel.

Sin embargo, y puede parecer paradójico, el latín conserva en la mente de los hablantes la noble condición que ostentó en el pasado. Si afirmamos de alguien que «sabe latín», estamos diciendo que es muy sabio, dicho esto con todas las connotaciones, sutilezas y humor que la lengua popular sabe otorgar a las palabras. Proliferan los latinismos, no solo entre oradores, filósofos, juristas o sacerdotes, sino también entre otros hablantes del más variopinto pelaje. Productos comerciales, nombres de empresas, eslóganes publicitarios, lemas de asociaciones... acuden al latín —real y a veces inventado— en busca de la expresión prestigiosa y elegante: Magnum, grande, es el nombre de un helado, Domus, casa, el de una empresa multiservicios, Activia, una especie de adjetivo latino inventado que se relaciona con activo, se llama a un tipo de yogures. Hace unos días sin ir más lejos me topé en un edificio al que iba a hacer unas gestiones con un placa que decía Evolvere Capital. Al parecer se trataba del nombre de una empresa dedicada a la inversión de capitales; entiendo yo que, entre la rica polisemia del verbo latino evolvere, sus estrategas de marketing se fijarían en el sentido de «desplegar, desarrollar», conceptos concomitantes con el de la inversión. No se me ocurrió entrar a preguntar porque iba con hora, pero por ahí irá la cosa.  Y una vez vi —o quizá imaginé, ya no estoy seguro— a una estudiante muy joven, con carpeta en la mano forrada de fotografías de sus cantantes y actores favoritos, lucir en su camiseta la máxima horaciana con la que Kant inaugura la Ilustración: Sapere aude, atrévete a saber. ¡Bravo por ella!

Además, son numerosas la voces y locuciones latinas que inadvertidamente se deslizan en la conversación diaria. No siempre de la forma correcta, más bien al contrario.

Como todos sabemos, el latín es la lengua madre del castellano o español y del resto de las lenguas romances; se les parece, pero no es ni mucho menos igual, y con pasmosa facilidad se puede caer en el error al usar expresiones latinas si no se cuenta con un conocimiento suficiente de ellas.

Las equivocaciones se producen tanto en la escritura, como en la pronunciación  y en el significado. Un grupo importante de estas afecta a las locuciones que en latín se construían en caso ablativo sin preposición. El castellano perdió la declinación latina —salvo en los pronombres personales— y esta fue sustituida para determinados casos por preposiciones. ¿Qué ocurre entonces? Que cuando incrustamos estas construcciones en castellano tendemos equivocadamente a poner preposición:

Debe decirse motu proprio sin más, no de motu proprio ni de motu propio, forma esta última en que además de añadir una preposición que no le corresponde, hemos suprimido la erre de proprio; grosso modo, y no a grosso modo (aunque no sería necesario pronunciar la doble ese), corpore insepulto, no de corpore insepulto; manu militari, no con manu militari.

A veces se identifica una palabra latina con una castellana cuando en realidad son palabras distintas, lo que da lugar a errores:

La expresión alma mater aplicada a la Universidad significa literalmente «madre nutricia»; pero aquí alma no es nuestra alma —quiero decir nuestra palabra alma—, sino la forma femenina de un adjetivo que significa «nutricio, alimenticio». Se aplica entonces indebidamente la regla de utilizar el artículo masculino delante de nombres femeninos que empiezan por a o ha acentuadas, y decimos el alma mater, cuando debería ser la alma mater.

Otras veces se confunde una expresión latina con otra parecida (para el hablante en cuestión, claro). Como le ocurrió a aquel matrimonio que fue a visitar al médico:

—Doctor, ya somos seis de familia y nos gustaría dejar de tener hijos a partir de ahora.

—¿Utilizan ustedes algún método anticonceptivo?

—No, nosotros únicamente practicamos el «corpore insepulto».

La confusión no deja de tener su justificación semántica, pero, bromas aparte, no parece muy recomendable.

Es cierto que el medio natural para el uso de las expresiones latinas es la lengua culta o científica, que en algunas circunstancias puede buscar el estilo solemne, o evitar verse contaminada por las múltiples connotaciones subjetivas que tiñen la lengua corriente. Como hemos dicho antes, se emplean también en el uso cotidiano, con los riesgos señalados, de ahí que algunos lingüistas recomiendan no emplearlas en este medio. Su criterio no es en absoluto insensato, pero en mi opinión adolece de ser excesivamente paternalista. El hablante de a pie tiene derecho al cultismo si siente la necesidad de ennoblecer su expresión en determinado momento. No debería, eso sí, caer en la molesta y evitable pedantería; y sin olvidar el estilo que María Moliner denominaba «jocosamente culto», en el que subyace una burla hacia el propio cultismo, y que tanto juego da en la expresión coloquial; como cuando se dice aquí llega el «susodicho», «escánciame» una copa de vino o consummatum est, las últimas palabras de Cristo en la cruz, cuando una cosa ya no tiene remedio. Ocurre con otras muchas cosas, la clave está en el según y cómo.

Sobre gustos no hay nada escrito (aprovecho para aclarar que escrito aquí debe entenderse en el sentido de «legislado» o algo por el estilo, porque sobre lo que nos gusta se ha escrito y se seguirá escribiendo muchísimo); sin embargo, voy a expresar los míos. Me gusta más decir o escribir a voluntad que ad libitum, con mayor motivo que a fortiori, hasta el infinito que ad infinitum, honorario que ad honorem, sin testamento que  ab intestato, aproximadamente que grosso modo y, por supuesto, por iniciativa propia que motu proprio, que siempre resulta exageradamente rebuscado.

Es posible que algún lector de este artículo haya pensado que su complemento perfecto sería un diccionario de expresiones latinas, aunque sea muy selectivo, donde pudiese consultar dudas de todo tipo sobre su uso. Yo pienso lo mismo. Estoy trabajando en él desde hace algún tiempo. Creo en buena medida, según sentenció Pitágoras, que «el principio es la mitad del todo», pero esa segunda mitad me está llevando más tiempo de lo previsto. Eso sí, me comprometo con toda la solemnidad que permita esta tribuna a tenerlo listo y publicarlo dentro de un par de semanas.