lunes, 20 de diciembre de 2021

COVID-19 en el siglo de las siglas


Dámaso Alonso detestaba las siglas. Les dedicó su  poema La invasión de las siglas en que, tras enumerar obsesivamente decenas de ellas, exclama:

Legión de monstruos que me agobia,
fríos andamiajes en tropel:
yo querría decir madre, amores, novia;
querría decir vino, pan, queso, miel.
¡Qué ansia de gritar
muero, amor, amar!
 
Hasta definió el siglo XX como «el siglo de las siglas» en su libro Del Siglo de Oro al siglo de las siglas, tomando prestado el juego de palabras que le había oído a su amigo y compañero poético de la Generación del 27 Pedro Salinas. Podemos imaginarnos qué habría pensado de lo que iba a pasar cincuenta años después.

Recordemos algunos conceptos:

Se llama sigla a la palabra formada por las iniciales y otros elementos de otras palabras y también a cada una de esas iniciales. Es un procedimiento para abreviar un grupo de palabras y formar una nueva con ellas. De este modo, se puede decir que CSIC es «la sigla» o «las siglas» de Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Otra palabra relacionada con sigla es acrónimo, voz que ha entrado en circulación no hace mucho tiempo, prueba de ello es que aparece por primera vez en la edición de 1984 del Diccionario de la Academia. Propiamente, un acrónimo es un tipo de abreviación del grupo de las siglas que no se lee letra a letra, sino como una palabra cualquiera; por ejemplo, son acrónimos OTAN, ESO, ONU, UCI, UNED, UNESCO, pero no lo son ADN, ADSL, CD, DNI, DVD, VIH.
 
La distinción entre sigla y acrónimo es más bien propia de especialistas, y no suele tenerse en cuenta en el uso corriente de la lengua. Me da la impresión de que acrónimo, especialmente entre hablantes cultos, está desplazando a sigla (o siglas) para designar en conjunto a todo este tipo de abreviaciones y otras semejantes. Sin embargo es importante. Los acrónimos llegan a convertirse en palabras comunes en la lengua, lo que tiene implicaciones en su ortografía y su morfología: se escriben con minúscula o mayúscula inicial, según sean nombres comunes o propios, y se rigen por las normas de colocación del acento gráfico como el resto de las palabras; tienen plural y pueden llegar a formar derivados. Así ha ocurrido, por ejemplo, con cetme (acrónimo de Centro de Estudios Técnicos de Materiales Especiales), delco (de Dayton Engineering Laboratories Company), láser ( de light amplificated by stimulated emission of radiation) mir (de médico interino residente), sida (de síndrome de inmunodeficiencia adquirida), vip (de very important person), y otros muchos.

La formación de siglas o acrónimos es un procedimiento frecuentísimo para la formación de nuevas palabras; yo diría que es uno de los rasgos más característicos del léxico actual. Es fruto de la globalización que, en al ámbito técnico y científico, busca estandarizar la terminología a nivel mundial (siempre tomando como referencia el inglés, claro). Y están pasando a la lengua general en su afán por escribir siempre lo menos posible. Son cómodas para el que escribe, y se han convertido en un rasgo de estilo, pero son muchas veces completamente opacas para el que lee. Abstrusas, fonéticamente ásperas, tan desprovistas de la pátina del tiempo que Dámaso Alonso deseaba decir y gritar: madre, amores, novia, vino, pan, queso, miel, muero, amor, amar...

Pues bien, a principios del año pasado llegó a nuestras vidas un acrónimo que las ha cambiado por completo. Ya os lo habréis imaginado. Se trata de COVID-19. Es el acrónimo de la expresión inglesa coronavirus disease, enfermedad de coronavirus, al que se añade el número 19 porque es el año en que se descubrió el tipo de coronavirus que la produce (hay otros coronavirus). Este se denomina técnicamente SARS-Cov-2, también acrónimo, de severe acute respiratory syndrome-related coronavirus, con el 2 por ser el segundo del mismo tipo.

Este nuevo acrónimo, que entró en circulación a principios de 2020, es un cuerpo extraño en el organismo lingüístico y lleva su tiempo asimilarlo. Creo que oí la palabra por primera vez en una de las alocuciones semanales del presidente de Gobierno sobre la nueva pandemia, que compartía con todos nosotros la incertidumbre —y desde luego no era para él la única ni la más importante—, dudando en el género de palabra y su acentuación. He repasado las disposiciones legales al respecto en el Boletín Oficial del Estado, y he observado que sus redactores, que sin duda se ganaron el sueldo en aquellos meses, a veces escribían la COVID-19, otras el COVID-19, en ocasiones solo con mayúscula inicial. 

La Real Academia Española publicó en marzo de 2020 una serie de comunicados con criterios provisionales para la normalización de la terminología que iba surgiendo con el avance de la enfermedad, y la prensa también trato el asunto con gran interés. El diccionario académico ya  incorpora los términos COVID y COVID-19 en su edición en línea, escritos así, con mayúsculas, indicando que pueden ser sustantivos masculinos o femeninos. Decisión prudente, dirán unos, o timorata, pensarán otros, porque no se nos informa de la acentuación de la palabra y no se le da el estatus de elemento plenamente lexicalizado, al no escribirla con minúsculas.

Hoy contienden la forma de género masculino y femenino, con acentuación grave o aguda, en mayúsculas o minúsculas, con su apéndice numérico o sin él. En la Red encontramos todo y de todo. Los investigadores prefieren la forma femenina con acento en la i, pero los sanitarios y los hablantes en general han optado mayoritariamente por el masculino y la acentuación sobre la o.

Don Manuel Seco, a quien tristemente hemos perdido hace apenas unos días, me dijo en una ocasión, con su benévola ironía característica, que nuestro trabajo, el de los lexicógrafos, era como el del defensor del pueblo: en la duda, hay que optar siempre por el uso general. No se puede hacer otra cosa más que seguir al maestro. He estado indeciso durante estos meses, pero ha llegado el momento de tomar una determinación. Mi voto es por el cóvid, masculino, con  tilde sobre la o por ser palabra llana acabada en d, y plena carta de naturaleza de nombre común de la lengua española.

 





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