martes, 14 de diciembre de 2021

A mis lectores

        



Mientras vivas, brilla.
No dejes que nada te entristezca más de la medida,
porque la vida es corta y el tiempo exige su tributo.

Epitafio de Sícilo (siglo II a. C.)



No he elegido por su especial originalidad el fragmento de este famoso epitafio. La fugacidad del tiempo y el disfrute de la vida han sido, y siguen siendo, temas incesantemente tratados en la literatura, en las canciones de todos los tiempos, en las conversaciones cotidianas, en los manuales de autoayuda... Sin embargo, la simplicidad de su mensaje, las palabras seleccionadas para expresarlo me impresionan: mientras vivas, brilla, manifiéstate, expande tu subjetividad sin angustia, sin fanatismo, pero reconócete a ti mismo y hazte presente para los demás.

Pues aquí estoy, ya bien pasado el medio siglo, desde la soledad de mi estudio, dispuesto a hablaros de las cosas que me gustan y que me interesan, y lo haré a través de las palabras, a las que he dedicado toda mi vida profesional como lexicógrafo. Me dice mi terapeuta que os lo debo. Yo no sé si os debo algo, porque nada me habéis pedido, pero él sabe elegir muy bien las palabras que me animan a sacudirme la pereza, y voy emprender este camino que no sé adónde me va a llevar.

Quizá en este momento la mejor manera de expresar lo que pretende ser este blog sea decir lo que no será. No será un manual de ortografía, de gramática o sobre la estructura del léxico español, o un servicio de consultas de dudas lingüísticas. Ese trabajo lo están haciendo otros, y algunos muy bien; y dedicaré algún post a ellos. Tampoco una tribuna desde la que lanzar malhumorados anatemas sobre los usos lingüísticos que me parecen inaceptables. Claro que tengo mis ideas sobre lo que en materia idiomática estimo más «deseable», y las voy a expresar. Con cara amable, con ligereza y, si es posible, con humor, aunque ya se sabe que el humor viene cuando viene y no cuando se le llama. Debo el adjetivo deseable, que he utilizado hace un momento, al maestro don Manuel Seco, y por eso lo he entrecomillado, y que manifiesta toda una concepción de la norma lingüística que comparto: él nos enseñó que la lengua, especialmente en lo que al léxico se refiere, no es una especie de código de circulación que castiga a quien lo incumple; los matices son muchos y sutiles, y la frontera entre lo correcto y lo incorrecto es más difusa de lo que en principio pudiera parecer.

Hace ya bastantes años, una becaria de un máster de edición a quien tutoricé en el Seminario de Lexicografía de la editorial Gredos, me preguntó si un editor debía publicar lo que a él le gustaba, o limitarse a lo que pensaba que iba a interesar a sus posibles lectores y compradores. No sé por qué, en aquel momento me puse el disfraz de ajetreado editor y le dije, sin pensarlo demasiado, que sin duda debía inclinarse por la segunda de las opciones, que sus gustos se los guardara para ella. Hoy pienso exactamente lo contrario, y espero poder desdecirme alguna vez en su presencia. Lo que se hace con deseo auténtico, de algún modo, más tarde o mas temprano, llegará a otros. Espero que así ocurra con vosotros.

Con estos mimbres empiezo la andadura. Ofreceré en primer lugar un artículo sobre lo que en mi opinión es una innecesaria acumulación de sinónimos en la expresión ética y moral (o ético y moral). Un ejemplo más de uso maquinal, inconsciente, un tanto desidioso de algunas palabras, con repercusión más allá de lo lingüístico. Y me temo que no va a ser el único.


 

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