lunes, 27 de diciembre de 2021

«Novedades» ortográficas


En el año 2010 la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española publicaron una nueva Ortografía, que introducía ciertos cambios con respecto a las anteriores. Algunos de ellos ya se habían apuntado antes, pero en esta edición adquirieron carta de naturaleza normativa. La nueva Ortografía de la lengua española es un libro bien trabajado, exhaustivo, valiente, criticable en algunos aspectos —por supuesto— pero valioso, que recomiendo visitar con asiduidad. O leerlo de cabo a rabo como yo ya he hecho más de una vez. Puede consultarse en edición en papel o gratuitamente en su versión en línea.

Quizá alguien haya observado las comillas con que he destacado la palabra novedades en el título de este artículo. Este signo ortográfico doble sirve para llamar la atención sobre una parte del discurso que encierra en cierto modo un enigma, un sentido especial, un interrogante. Efectivamente, resulta extraño que algo que ocurrió en 2010 pueda considerarse una novedad.  Pero es que más de diez años después no es difícil observar que muchos de los cambios propuestos aún no son seguidos por la mayoría de los hablantes.

Las novedades son pocas y no muy importantes, pero hay que conocerlas. Explico aquí las más relevantes:

1.º Se suprime la tilde del adverbio solo. Por tanto, solo se escribe siempre sin tilde, sea adjetivo o sea adverbio. Como, por ejemplo, en:

Estuve solo en el vagón durante la mayor parte del viaje (adjetivo).

Va a clase de dibujo solo los viernes (adverbio).

 2.º Se suprime la tilde de los pronombres demostrativos. De este modo, los demostrativos irán sin ella tanto si son adjetivos como si son pronombres. Como en estos casos:

Este coche es de un compañero de trabajo (adjetivo).

Si me das a elegir, prefiero este (pronombre).

Esa casa está en ruinas (adjetivo).

Esa está en mejores condiciones (pronombre).

Aquel chico se parece a Adrián (adjetivo).

A aquel no le conozco (pronombre).

3.º Se suprime la tilde en ciertas combinaciones de vocales para unificar la ortografía de palabras que algunos hablantes pronuncian con diptongo o triptongo (en una sílaba) y otros con hiato (en sílabas diferentes). Por ejemplo, la palabra guion se pronuncia generalmente en España en dos sílabas (gui-on), mientras que en algunas zonas de América se pronuncia en una sílaba, es decir en diptongo (guion). Pues bien, en ambos casos debe escribirse sin acento gráfico.

Debo reconocer que este es uno de los cambios que mayor desazón me produjo. Yo, como otros muchos hablantes, distinguimos claramente la pronunciación en hiato, es decir en dos sílabas, de guion o de rio (del verbo reír), de la de dio (del verbo dar), que pronunciamos en una sola sílaba. Ambas pronunciaciones (en hiato o en diptongo) son válidas, y deben conservarse, pero se decidió unificar su ortografía. Acuerdo que probablemente se debe a una transacción con las academias americanas.

Las palabras afectadas por este cambio son formas verbales como crie, crio, criais, crieis (de criar); fie, fio fiais, fieis (de fiar); flui, fluis (de fluir); frio friais (de freír); guie, guio, guiais, guieis (de guiar) hui, huis (de huir); lie, lio, liais, lieis (de liar); pie, pio, piais, pieis (de piar); rio, riais (de reír); sustantivos como guion, ion y truhan; y ciertos nombres propios, como Ruan y Sion.

4.º No se escribe nunca tilde en la conjunción disyuntiva o entre cifras. Obviamente tampoco cuando no va entre cifras. Aunque se empeñen en los bares y restaurantes, no sea que pidamos todos los platos en vez uno de los varios que nos dan a elegir:

Añadir 2 o 3 cucharaditas de azúcar.

Potaje de garbanzos o paella mixta.

5.º Se ofrecen normas explícitas para la escritura de palabras con prefijos como anti-, ex-, pos-, pre-, pro-, super-, vice- y otros:

a) Se escriben sin espacio intermedio con la expresión a la que se unen cuando esta es una sola palabra: antitabaco, exjefe, exnovio, expresidente, posventa, prepago, prooccidental, superdivertido, vicealcaldesa.

b) Se escriben con espacio intermedio cuando la expresión a la que se unen está formada por más de una palabra: anti prisión permanente revisable, ex capitán general, ex relaciones públicas, vice primer ministro, pro derechos humanos, super en forma.

c) Se unen con guion a la expresión que les sigue cuando esta comienza con mayúscula, lo que es habitual en el caso de siglas y nombres propios: anti-OTAN, pro-Gorvachov. También es escribe guion cuando preceden a un número: super-8.

Estas que acabo de exponer son las novedades que he considerado más destacables de la Ortografía académica de 2010, pero no las únicas. Se puede acceder a una relación más completa desde el enlace que he incorporado arriba y, naturalmente, se encontrarán más con la lectura de la obra completa. Son dignas de destacar las propuestas sobre el uso de las mayúsculas, inéditas hasta ahora, que ofrecen una provechosa orientación en este terreno tan resbaladizo de la ortografía española. Hablaremos otro día de ello.

La implantación de cualquier nueva norma lingüística es extremadamente lenta. De ahí que una reforma radical de la ortografía como la que proponía el nobel colombiano en el I Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas en 1997, en su Botella al mar para el dios de las palabras, hubiera sido harto problemática. La escuela y los medios de comunicación hacen su trabajo —espero—, pero una importante mayoría de hablantes desconoce esos cambios durante mucho tiempo. No existe, y sería absurdo que existiese, procedimiento coercitivo alguno para obligar a alguien a adoptar un determinado uso lingüístico. La lengua es el sistema más democrático que existe y carece de poder ejecutivo, ni siquiera las academias lo ostentan.

Confieso que  me ha costado asimilar algunas de estas novedades, como la de escribir guion sin tilde, pero pensé que en cuestiones lingüísticas —como en otras muchas— es difícil llegar a consensos, y si una norma es comúnmente aceptada, vale la pena seguirla aunque no nos guste demasiado. Un idioma vivo como el español está siempre en equilibro inestable, y la unidad dentro de la variedad es lo que le da la fuerza para perdurar.

 

lunes, 20 de diciembre de 2021

COVID-19 en el siglo de las siglas


Dámaso Alonso detestaba las siglas. Les dedicó su  poema La invasión de las siglas en que, tras enumerar obsesivamente decenas de ellas, exclama:

Legión de monstruos que me agobia,
fríos andamiajes en tropel:
yo querría decir madre, amores, novia;
querría decir vino, pan, queso, miel.
¡Qué ansia de gritar
muero, amor, amar!
 
Hasta definió el siglo XX como «el siglo de las siglas» en su libro Del Siglo de Oro al siglo de las siglas, tomando prestado el juego de palabras que le había oído a su amigo y compañero poético de la Generación del 27 Pedro Salinas. Podemos imaginarnos qué habría pensado de lo que iba a pasar cincuenta años después.

Recordemos algunos conceptos:

Se llama sigla a la palabra formada por las iniciales y otros elementos de otras palabras y también a cada una de esas iniciales. Es un procedimiento para abreviar un grupo de palabras y formar una nueva con ellas. De este modo, se puede decir que CSIC es «la sigla» o «las siglas» de Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Otra palabra relacionada con sigla es acrónimo, voz que ha entrado en circulación no hace mucho tiempo, prueba de ello es que aparece por primera vez en la edición de 1984 del Diccionario de la Academia. Propiamente, un acrónimo es un tipo de abreviación del grupo de las siglas que no se lee letra a letra, sino como una palabra cualquiera; por ejemplo, son acrónimos OTAN, ESO, ONU, UCI, UNED, UNESCO, pero no lo son ADN, ADSL, CD, DNI, DVD, VIH.
 
La distinción entre sigla y acrónimo es más bien propia de especialistas, y no suele tenerse en cuenta en el uso corriente de la lengua. Me da la impresión de que acrónimo, especialmente entre hablantes cultos, está desplazando a sigla (o siglas) para designar en conjunto a todo este tipo de abreviaciones y otras semejantes. Sin embargo es importante. Los acrónimos llegan a convertirse en palabras comunes en la lengua, lo que tiene implicaciones en su ortografía y su morfología: se escriben con minúscula o mayúscula inicial, según sean nombres comunes o propios, y se rigen por las normas de colocación del acento gráfico como el resto de las palabras; tienen plural y pueden llegar a formar derivados. Así ha ocurrido, por ejemplo, con cetme (acrónimo de Centro de Estudios Técnicos de Materiales Especiales), delco (de Dayton Engineering Laboratories Company), láser ( de light amplificated by stimulated emission of radiation) mir (de médico interino residente), sida (de síndrome de inmunodeficiencia adquirida), vip (de very important person), y otros muchos.

La formación de siglas o acrónimos es un procedimiento frecuentísimo para la formación de nuevas palabras; yo diría que es uno de los rasgos más característicos del léxico actual. Es fruto de la globalización que, en al ámbito técnico y científico, busca estandarizar la terminología a nivel mundial (siempre tomando como referencia el inglés, claro). Y están pasando a la lengua general en su afán por escribir siempre lo menos posible. Son cómodas para el que escribe, y se han convertido en un rasgo de estilo, pero son muchas veces completamente opacas para el que lee. Abstrusas, fonéticamente ásperas, tan desprovistas de la pátina del tiempo que Dámaso Alonso deseaba decir y gritar: madre, amores, novia, vino, pan, queso, miel, muero, amor, amar...

Pues bien, a principios del año pasado llegó a nuestras vidas un acrónimo que las ha cambiado por completo. Ya os lo habréis imaginado. Se trata de COVID-19. Es el acrónimo de la expresión inglesa coronavirus disease, enfermedad de coronavirus, al que se añade el número 19 porque es el año en que se descubrió el tipo de coronavirus que la produce (hay otros coronavirus). Este se denomina técnicamente SARS-Cov-2, también acrónimo, de severe acute respiratory syndrome-related coronavirus, con el 2 por ser el segundo del mismo tipo.

Este nuevo acrónimo, que entró en circulación a principios de 2020, es un cuerpo extraño en el organismo lingüístico y lleva su tiempo asimilarlo. Creo que oí la palabra por primera vez en una de las alocuciones semanales del presidente de Gobierno sobre la nueva pandemia, que compartía con todos nosotros la incertidumbre —y desde luego no era para él la única ni la más importante—, dudando en el género de palabra y su acentuación. He repasado las disposiciones legales al respecto en el Boletín Oficial del Estado, y he observado que sus redactores, que sin duda se ganaron el sueldo en aquellos meses, a veces escribían la COVID-19, otras el COVID-19, en ocasiones solo con mayúscula inicial. 

La Real Academia Española publicó en marzo de 2020 una serie de comunicados con criterios provisionales para la normalización de la terminología que iba surgiendo con el avance de la enfermedad, y la prensa también trato el asunto con gran interés. El diccionario académico ya  incorpora los términos COVID y COVID-19 en su edición en línea, escritos así, con mayúsculas, indicando que pueden ser sustantivos masculinos o femeninos. Decisión prudente, dirán unos, o timorata, pensarán otros, porque no se nos informa de la acentuación de la palabra y no se le da el estatus de elemento plenamente lexicalizado, al no escribirla con minúsculas.

Hoy contienden la forma de género masculino y femenino, con acentuación grave o aguda, en mayúsculas o minúsculas, con su apéndice numérico o sin él. En la Red encontramos todo y de todo. Los investigadores prefieren la forma femenina con acento en la i, pero los sanitarios y los hablantes en general han optado mayoritariamente por el masculino y la acentuación sobre la o.

Don Manuel Seco, a quien tristemente hemos perdido hace apenas unos días, me dijo en una ocasión, con su benévola ironía característica, que nuestro trabajo, el de los lexicógrafos, era como el del defensor del pueblo: en la duda, hay que optar siempre por el uso general. No se puede hacer otra cosa más que seguir al maestro. He estado indeciso durante estos meses, pero ha llegado el momento de tomar una determinación. Mi voto es por el cóvid, masculino, con  tilde sobre la o por ser palabra llana acabada en d, y plena carta de naturaleza de nombre común de la lengua española.

 





jueves, 16 de diciembre de 2021

Salvemos al verbo oír



De un tiempo a esta parte, yo diría que de unos cuantos años a esta parte, nunca «oigo» a un locutor de radio o a un presentador de televisión emplear el verbo oír. En su lugar dicen escuchar. Tampoco a políticos y otras personas con proyección pública. En la conversación normal es más habitual que se conserve todavía la distinción entre ambos verbos, pero es rarísimo entre los jóvenes. Y en contextos formales, como puede ser el lugar de trabajo, en los que la naturalidad brilla por su ausencia, parece como si estuviera mal visto decirlo. Pasa algo parecido con decir, un verbo básico del español, del que hablaré otro día. Yo siempre he utilizado ambos verbos, pero debo reconocer que últimamente tengo que pensármelo más de una vez antes de elegir entre uno u otro. La lengua es así, un mecanismo que se hace inconsciente con la información que recibe por el oído y, en menor medida, por la escritura.

Propiamente, oír es percibir por el oído; escuchar es poner atención para oír. Es la misma diferencia semántica que existe entre ver y mirar, en este caso con referencia al sentido de la vista, pero entre estos últimos nunca se ha dado la confusión. Oír expresa un proceso involuntario, pasivo; el segundo, una acción voluntaria, activa. Como en estos ejemplos:

 Habla tan bajo que no se le oye.
Había una persona escuchando detrás de la puerta.

Estas diferencias de significado permiten que sean perfectamente válidas frases como estas:

Estoy escuchando pero no te oigo.
He oído algo aunque no estaba escuchando.

Por el mismo motivo, si se leen con cierta atención, es posible que a muchos (entre los que me incluyo) no les suenen nada bien las siguientes oraciones:

Habla más alto que no te escucho.
Desde ahí no se te escucha.

La contienda entre estos dos verbos tiene una larga tradición. Cervantes o Garcilaso emplean a veces escuchar con el sentido de oír, y en autores actuales, especialmente americanos, se da también la indistinción. La evolución fonética ha reducido este verbo prácticamente a dos vocales y tiene una endiablada conjugación, y esto no ayuda. Pero en la lengua escrita culta (no precisamente la de algunos usuarios de mensajería inmediata o de listas de comentarios en la Red), y en la de muchos hablantes, predomina el uso de oír y escuchar en sus sentidos propios.

No sé si el verbo oír es una especie en peligro de extinción, pero siento que hemos de conservarlo. No podemos permitirnos perder el contraste semántico entre oír y escuchar que heredó de sus padres latinos audire y auscultare y que tan útil puede llegar a ser. Además es que le tengo cariño; nos conocemos desde hace mucho tiempo, muy poco después de haber aprendido a decir mamá, papá y pelota. La Historia dirá, ya sabemos que la lengua no se impone por decreto. Aunque si las cosas se ponen feas, haremos huelga de hambre, nos ataremos con cadenas a la puerta de la Academia o presentaremos una petición en change.org.

martes, 14 de diciembre de 2021

La ética, la moral y la redundancia

 

Si a cualquier inadvertido hablante se le preguntara si es lo mismo la ética y la moral, o dicho de otra manera, si significan lo mismo la palabra ética y la palabra moral, probablemente aseguraría que no. Otra cosa distinta es que fuera capaz de indicarnos algún rasgo real —no inventado— que permitiera establecer una distinción entre ambos términos. Esto no es ningún menosprecio: el lenguaje se emplea primordialmente para expresar y comunicar, y solo muy secundariamente para definirse a sí mismo; por lo tanto, nada que objetar a la respuesta del supuesto consultado ante el que nos presentamos con tales zarandajas.

Lo mismo ocurre si utilizamos un buscador de Internet. Hagamos a la Red la pregunta: ¿es lo mismo la ética y la moral? Los internautas dicen que no, y nos ofrecen multitud de páginas web, con diferente grado de rigor, muchas de carácter didáctico, en las que se vierten sesudas disquisiciones para distinguir ambos términos.

Pero atendamos al uso real de estas palabras, que es lo que nos importa aquí. ¿De verdad alguien es capaz de apreciar diferencia relevante en estos pares de frases, todas ellas documentadas en textos escritos?:

Ética marxista / moral marxista

«Difícilmente puede entenderse la ética marxista si se hace a un lado el concepto materialista del ser humano» (José Galindo Montelongo, Ética para adolescentes posmodernos; 1997).

«Fácilmente se advierte que la moral marxista está basada y depende del trabajo y de la relación de un trabajador con otro; y es aquí, donde reside el humanismo marxista» (VV. AA., Problemas y desafíos de la educación en el siglo XXI en Europa y en América latina; 2002).


Ética cristiana / moral cristiana

«Siguiendo el proceso histórico de la ética, tras los grandes filósofos clásicos nos encontramos con la ética cristiana. Seamos creyentes o no, esta es una realidad que resulta imposible soslayar» (Cecilio Eseverri Chaverri, Enfermería facultativa: Reflexiones filosófico-éticas; 2006).

«Tras las huellas de la moral cristiana es el derecho moderno, y más aún, el pensamiento y la sensibilidad actual, los que primero rechazan de una manera general e indiferenciada la violencia de arrancar la vida a un ser humano» (José Luis Álvarez Álvarez, España desde el centro; 1978).



Principios éticos del cristianismo / principios morales de cristianismo

«Por supuesto no se trata de ningún “socialismo cristiano”, sino de algo mucho  más sustantivo, una interpretación del socialismo como una realidad secular y civil, compatibles con los principios éticos del cristianismo» (Pedro Cerezo, Las máscaras de lo trágico: filosofía y tragedia en Miguel de Unamuno; 1996).

«Una de las cuestiones que más llamó la atención de María fue ver que muchos de los principios morales del cristianismo eran los principios morales de la revolución nicaragüense» (Leonor Esguerra, La búsqueda; 2012).


Moral del marxismo / ética del marxismo

«Trataremos de esclarecer a continuación si la seguridad de las prescripciones de la moral del marxismo es hoy un signo de la contundencia de sus razones o bien un síntoma de su intransigencia» (Victoria Camps y otros, Concepciones de la ética; 1992).

«La ética del marxismo coincide, pues, con las restantes éticas dominantes en nuestro momento histórico en ser normativa, en buscar la satisfacción de los intereses sociales, en identificar los intereses morales con los intereses objetivos» (Adela Cortina y Emilio Martínez Navarro, Ética; 1996)


Yo, desde luego, no.
       
Sabemos que la palabra moral atesora rancio abolengo, tan rancio que durante mucho tiempo, pero ya no hoy, se refería solo a la única moral posible, la que procedía de los preceptos religiosos. De hecho con frecuencia tiene que ver con el buen o mal comportamiento en lo que al sexo se refiere (curiosamente —y sin curiosamente— refiriéndose sobre todo a mujeres). Ética, en cambio, es vocablo aséptico, de vocación científica, como todo helenismo de nueva incorporación. Pero ambos apuntan a un mismo hecho fundamental, y así lo atestigua el uso soberano.

Lo dicho hasta aquí vale tanto para los adjetivos ético y moral, como para los sustantivos femeninos ética y moral. También me dicen que últimamente es frecuente oír juntas las formas adverbializadas éticamente y moralmente, que más parecen una invención del añorado Chiquito de la Calzada.

Así las cosas, ¿por qué hemos de conformarnos con el latiguillo ético y moral que tantas veces oímos en boca de políticos y otras personas públicas? Es más difícil verlo en la lengua escrita —más reflexiva que la oral—, y el pueblo, enemigo de adornar en exceso lo que dice, no lo usa a no ser que quiera ponerse estupendo. Se trata sin duda de una expresión redundante y rutinaria, una manifestación más de un uso poco consciente y riguroso de la lengua que se acerca peligrosamente a la muletilla.

¿Qué ocurre? ¿Es posible que el adjetivo ético o el adjetivo moral se nos hayan quedado cortos y sea necesario redondearlos con su asiduo acompañante? ¿No se trata una vez más de alzar la voz para sobreponerse al ruido; de reivindicar fatuamente las motivaciones éticas y morales de nuestro comportamiento?

Animo a que evitemos esta impertinente redundancia y no nos privemos de la belleza de lo simple y de lo preciso.

A mis lectores

        



Mientras vivas, brilla.
No dejes que nada te entristezca más de la medida,
porque la vida es corta y el tiempo exige su tributo.

Epitafio de Sícilo (siglo II a. C.)



No he elegido por su especial originalidad el fragmento de este famoso epitafio. La fugacidad del tiempo y el disfrute de la vida han sido, y siguen siendo, temas incesantemente tratados en la literatura, en las canciones de todos los tiempos, en las conversaciones cotidianas, en los manuales de autoayuda... Sin embargo, la simplicidad de su mensaje, las palabras seleccionadas para expresarlo me impresionan: mientras vivas, brilla, manifiéstate, expande tu subjetividad sin angustia, sin fanatismo, pero reconócete a ti mismo y hazte presente para los demás.

Pues aquí estoy, ya bien pasado el medio siglo, desde la soledad de mi estudio, dispuesto a hablaros de las cosas que me gustan y que me interesan, y lo haré a través de las palabras, a las que he dedicado toda mi vida profesional como lexicógrafo. Me dice mi terapeuta que os lo debo. Yo no sé si os debo algo, porque nada me habéis pedido, pero él sabe elegir muy bien las palabras que me animan a sacudirme la pereza, y voy emprender este camino que no sé adónde me va a llevar.

Quizá en este momento la mejor manera de expresar lo que pretende ser este blog sea decir lo que no será. No será un manual de ortografía, de gramática o sobre la estructura del léxico español, o un servicio de consultas de dudas lingüísticas. Ese trabajo lo están haciendo otros, y algunos muy bien; y dedicaré algún post a ellos. Tampoco una tribuna desde la que lanzar malhumorados anatemas sobre los usos lingüísticos que me parecen inaceptables. Claro que tengo mis ideas sobre lo que en materia idiomática estimo más «deseable», y las voy a expresar. Con cara amable, con ligereza y, si es posible, con humor, aunque ya se sabe que el humor viene cuando viene y no cuando se le llama. Debo el adjetivo deseable, que he utilizado hace un momento, al maestro don Manuel Seco, y por eso lo he entrecomillado, y que manifiesta toda una concepción de la norma lingüística que comparto: él nos enseñó que la lengua, especialmente en lo que al léxico se refiere, no es una especie de código de circulación que castiga a quien lo incumple; los matices son muchos y sutiles, y la frontera entre lo correcto y lo incorrecto es más difusa de lo que en principio pudiera parecer.

Hace ya bastantes años, una becaria de un máster de edición a quien tutoricé en el Seminario de Lexicografía de la editorial Gredos, me preguntó si un editor debía publicar lo que a él le gustaba, o limitarse a lo que pensaba que iba a interesar a sus posibles lectores y compradores. No sé por qué, en aquel momento me puse el disfraz de ajetreado editor y le dije, sin pensarlo demasiado, que sin duda debía inclinarse por la segunda de las opciones, que sus gustos se los guardara para ella. Hoy pienso exactamente lo contrario, y espero poder desdecirme alguna vez en su presencia. Lo que se hace con deseo auténtico, de algún modo, más tarde o mas temprano, llegará a otros. Espero que así ocurra con vosotros.

Con estos mimbres empiezo la andadura. Ofreceré en primer lugar un artículo sobre lo que en mi opinión es una innecesaria acumulación de sinónimos en la expresión ética y moral (o ético y moral). Un ejemplo más de uso maquinal, inconsciente, un tanto desidioso de algunas palabras, con repercusión más allá de lo lingüístico. Y me temo que no va a ser el único.