lunes, 30 de mayo de 2022

Quid pro quo

 

Esta expresión latina saltó a la fama a principios de los años noventa del siglo pasado tras el estreno en España de una exitosísima película que inaugura la querencia del cine por los asesinos en serie: El silencio de los corderos. El refinado psiquiatra antropófago Hannibal Lecter (Anthony Hopkings), en una entrevista inolvidable, propone a la brillante, pero aún inexperta estudiante de la Academia del FBI, Clarice Starling (Jodie Foster), un acuerdo por el cual él contestará a las preguntas de la agente en ciernes sobre el asesino que está buscando, si ella a su vez accede a contestar a las suyas, que en realidad solo pretenden conocer aspectos íntimos de la joven. En este contexto, Lecter emplea dos veces la expresión quid pro quo, y Clarice la repite poco después. Aquí va la secuencia (aprovechad también para disfrutar de la voz de Camilo García, que dobla a Hopkings).



Como acaba de verse (mejor dicho, oírse), se ha usado la locución con un sentido de reciprocidad: una cosa por otra, un toma y daca. Hay otra expresión latina que tiene exactamente este mismo sentido: do ut des, literalmente "doy para que des".

No obstante, en el uso culto tradicional ha predominado el sentido de "error que se comete al sustituir a una persona o cosa por otra". Incluso hay un motivo teatral que se llama así, quid pro quo, que se basa precisamente en esa confusión. Y esta es la razón por la cual se ha cuestionado este nuevo uso, y que no sé por qué se ha convertido en motivo recurrente de discusión, lingüística por supuesto. Lo cual me parece estupendo. De los muchos ejemplos que podrían traerse del uso clásico, he seleccionado esta cita de Juan Valera en su Correspondencia (1847-1857):

Querido amigo mío: ya se rompió el encantamiento y ya nos dieron las Grandes Cruces para el Marqués y para el general Serrano. Para usted no la han dado aún porque hubo un quid pro quo y se la concedieron al Sr. Díaz Canseco. Esto se enmendará y el Sr. Díaz Canseco se contentará con una encomienda.

Veamos las cosas un poco más de cerca:

Parece que esta locución tiene su origen entre los antiguos boticarios. Se llamaba quid pro quo a la sustancia que se empleaba en sustitución de otra en las preparaciones farmacéuticas. En este caso sin ninguna connotación de error o confusión. Este sentido de mera "sustitución" referido a la farmacopea ya aparece en el Diccionario de autoridades (1731) y lo veo ampliamente documentado en textos de los siglos XVI al XVIII. Es posible que el empleo de un sucedáneo en una fórmula magistral motivara alguna suspicacia, lo cual puede ser el precedente del matiz peyorativo que se consolidó con posterioridad. Así lo recoge el maestro Correas en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627):


Ezétera de eskrivano, i quid pro quo de botikario [...]

Kiere dezir ke es dañoso [...]


O sea, que los "etcéteras" de los documentos notariales o similares, y los quid pro quo de los boticarios son cosas poco recomendables.

Demos un paso más:

La locución quid pro quo está formada por el pronombre indefinido quid, que significa "algo", en caso nominativo, la preposición pro, que en latín tiene diversos sentidos, entre ellos, "en lugar de", "en vez de", y también "a cambio de"; y quo, el mismo pronombre en caso ablativo. Aunque no niego rotundamente esta posibilidad,  no veo la necesidad de interpretar, como quieren algunos, que lo que se está diciendo es que se confunde la forma de nominativo con la de ablativo. Quid pro quo podría traducirse literalmente por "algo por (en vez de o a cambio de) algo"; dicho más castizamente, "una cosa por otra", que curiosamente también en español expresa con palmaria ambigüedad las mismas dos ideas: confusión e intercambio.

El sentido de reciprocidad aparece ya ampliamente documentado en la prensa desde los últimos años del siglo XX hasta ahora. El latinista Víctor-José Herrero reconoce sin más explicaciones este sentido en su excelente Diccionario de expresiones y frases latinas, y matiza que se usa con frecuencia en las relaciones internacionales en el ámbito del comercio exterior. Y la Real Academia Española lo incluye con toda claridad en sus obras normativas (Diccionario de la lengua española, Diccionario panhispánico de dudas).

Tenemos entonces un sentido tradicional consolidado en el uso culto, "confusión entre una persona o cosa y otra", y otro más reciente, bien documentado, quizá ya más habitual que el anterior, "intercambio de una cosa por otra",  que no contradice el significado original de la expresión en latín; refrendado además por la opinión de sólidos especialistas y por la propia Academia. ¿Por qué no admitir entonces que el hablante, en uso de su autonomía, opte por cualquier de las dos acepciones, o por ambas, según su sentido lingüístico, sus preferencias estéticas o sus necesidades expresivas?



miércoles, 18 de mayo de 2022

Diez errores lingüísticos que no te puedes permitir (2)

 

México

La equis que aparece en este topónimo es la pervivencia de una grafía que representaba un sonido semejante al de la sh del inglés, que existió durante mucho tiempo en el español antiguo y que evolucionó hasta convertirse en la jota actual (con los matices peculiares de pronunciación que este fonema tiene en las diferentes áreas del español de España y de América). Debe, por tanto, pronunciarse como jota, nunca como equis, aunque se oiga con frecuencia. Esto mismo cabe decir de los derivados de México (mexicano, mexicanismo) y de otros topónimos de ese país, como Mexicali, Oaxaca, y también Texas, que perteneció a México hasta mediados del siglo XIX.
Por cierto, la grafía con jota (j) en todas estas palabras es perfectamente válida, aunque es hoy menos usual, especialmente en América.


Puntos suspensivos

Los puntos suspensivos son tres; ni dos, ni cuatro, ni más de cuatro.

No sé qué decirte...


Signos de interrogación (¿...?) y exclamación (¡...!)

En español, los signos de interrogación y exclamación (o admiración) son dobles. Deben colocarse al principio y al final de la oración o parte de esta afectadas por ellos:

¿Cuándo has venido?
¡Hasta ahí podíamos llegar!

Es cierto que por influencia de otros idiomas y por la dificultad de escribirlos con ciertos instrumentos, especialmente los móviles, muchas veces no se escribe el de apertura. La RAE considera tolerable prescindir de él en ciertas circunstancias (en particular, en los textos de mensajería inmediata), pero son necesarios ambos en cualquier comunicación medianamente formal.

Por otra parte: no se escribe nunca punto tras un signo de interrogación y exclamación de cierre. El resto de signos de puntuación (coma, punto y coma y dos puntos) sí se escriben:

¿Estuviste con tu madre? ¿Cómo se encuentra?, nunca ¿Estuviste con tu madre?. ¿Cómo se encuentra?.
¿Vienes?, si quieres te espero.
¡Te vas a arrepentir!; las cosas han cambiado mucho desde que te marchaste.
¡Es increíble lo que ha conseguido!: sacó la oposición en un año.


Dilema

Dilema es la situación en que se encuentra alguien que debe decidirse entre dos opciones, ambas malas. Hay que insistir en que se trata de «dos» opciones, como indica el prefijo di- con que esta formada esta palabra:

Se vio en el dilema de aceptar la reducción de sueldo o marcharse de la empresa.

No debe usarse, por tanto, en el sentido general de «decisión difícil» o «problema», como se oye con frecuencia.


Cannabis

Cannabis es el nombre del género que forma parte de la denominación científica de varias especies de cáñamo, especialmente el Cannabis sativa (el cáñamo de uso preferentemente textil) y el Cannabis indica (cáñamo índico o marihuana). Así es como se llamaba en latín al cáñamo, y de ahí lo tomaron los botánicos. El término latino se emplea corrientemente para denominar al cáñamo índico, especialmente cuando nos referimos a él por sus propiedades terapéuticas, y podemos verlo escrito sin tilde, cannabis, y entonces se está usando como latinismo, o castellanizado en la forma cánnabis. En cualquier caso, la pronunciación debe ser siempre esdrújula, como lo era en latín; es decir, con acento en la primera a, y no [cannábis], como se dice a veces.


Cotidianeidad y estanqueidad

No existen los adjetivos cotidiáneo y estánqueo; por lo tanto, aunque se usan con frecuencia, estas dos palabras no están justificadas morfológicamente. Las formas correctas son contidianidad (de cotidiano) y estanquidad (de estanco).


Gaseoducto

Por analogía errónea con oleoducto, se emplea con frecuencia esta forma anómala. Las forma apropiada es gasoducto.


Vayámonos


La formas verbales de primera persona del plural del subjuntivo usadas con valor imperativo pierden siempre la -s ante el pronombre nos: dejémonos, callémonos, vayámonos. No son correctas, por tanto, la formas dejémosnos, callémosnos, vayámosnos.


Ti

El pronombre personal tónico ti se escribe sin tilde, pues no existe ninguna palabra igual átona con la que se pueda confundir. Por el contrario, se escribe con tilde diacrítica para distinguirlo del posesivo átono mi. El pronombre personal también se escribe con tilde, igual que el adverbio de afirmación. Se escriben sin tilde la nota musical, aunque es palabra tónica, y la conjunción condicional:

Este regalo es para ti.
Ponte detrás de .
La tela ya no da más de .
¿Piensas ir el domingo a la excursión? , claro.
Si es el séptimo grado de la escala de do.
Si tengo tiempo, iré a visitar a los tíos.



Extrovertido

Aunque esta forma está ya incluida en el diccionario académico, es recomendable evitarla. No existe el elemento prefijo extro-. Se trata de un error por extravertido, que es la forma plenamente correcta, por analogía con introvertido.

viernes, 13 de mayo de 2022

A ver y haber


A ver es la combinación de la preposición a y el infinitivo ver. Aunque se escribe diferente, se pronuncia exactamente igual que el infinitivo haber, por lo que se confunde con bastante frecuencia. Es un error grave que debe evitarse.

A ver es una expresión muy corriente y que presenta usos variados que, en general, tienen en común la expresión del interés  por alguna cosa. Entre ellos:

1. En tono interrogativo, acompaña al acto de acercarse a mirar una cosa o mostrar interés por algo:

¿A ver...? Creo que hay un error en las cuentas.

 2. Puede indicar expectación o esperanza:

A ver qué pasar ahora con los inquilinos.

A ver si nos vemos pronto.

 3. Es frecuente delante de una oración introducida por si introduciendo diversos matices (expectación, temor, reto, esperanza o deseo, reconvención, etc.):

A ver si sabes lo que hay en esta maleta.

 A ver si te caes y te rompes la crisma.

A ver si eres capaz de levantar esa caja.

A ver si aprueba las oposiciones. 

A ver si te ocupas un poco más del gato.

4. Sirve para llamar la atención del interlocutor cuando se le va a preguntar, pedir u ordenar algo. Puede implicar cierta irritación o impaciencia:

A ver, ¿fuiste a hacer las gestiones al ministerio?

5. Puede equivaler a claro o naturalmente:

—Al final se separaron. —A ver, con lo mal que se llevaban.

6. Casi como una muletilla, se emplea para pensar un instante antes de dar una respuesta, con frecuencia mostrando contrariedad en mayor o menor medida:

 —¿Has conseguido trabajo?  —A ver, lo estoy intentando, pero en este momento la cosa no está fácil. 

Como hemos dicho, se confunde en ocasiones con haber. Con algunos ejemplos quedará clara la diferencia:

No te quejes; haber preguntado antes.

Tiene que haber pasado algo raro.

Puede haber un error en el programa y por eso se cuelga el ordenador.

Haber también funciona como un sustantivo que significa en general «bienes o cosas que se poseen»:

Abono de haberes.

El haber y el debe de una cuenta.

El equipo tiene en su haber varias copas de Europa.


martes, 3 de mayo de 2022

Americanos

 

Ortega decía que explicar algo, hacerlo entender cabalmente, no era nada más —y nada menos— que reducirlo, por muy complejo que fuese, a verdades de Pero Grullo. Así que con la venia de este personaje de la imaginación popular y la del más universal de nuestros pensadores, me propongo verter hoy aquí unas cuantas perogrulladas sobre el uso de los adjetivos de relación y gentilicios correspondientes a las principales áreas en que se divide el continente americano. Hay un motivo para ello. Suelen cometerse impropiedades al emplear estos adjetivos y sustantivos, a veces por imprecisión geográfica, y las más por estar connotados por motivos ideológicos. Esto no es ninguna crítica, es la constatación de una realidad. El influjo ideológico es una manifestación de la subjetividad, y esta contribuye decisivamente a la consolidación de las unidades léxicas.

Los habitantes de América se llaman americanos. Esto quiere decir que son americanos tanto los norteamericanos, como los centroamericanos, antillanos y sudamericanos (o suramericanos). Obsérvese, sin embargo, que los habitantes de los Estados Unidos de América (por distinguir este país de los Estados Unidos de México), se llaman a sí mismos, de modo un tanto abusivo, americanos o norteamericanos (American, North American), uso que se ha extendido al español, cuando lo deseable y más correcto es llamarles estadounidenses. Conviene recordar también que los mexicanos, aunque pueda extrañarnos porque hablan español —no sé qué tendrá que ver una cosa con la otra— son también «norteamericanos».

Así pues, los habitantes de América del Norte (o Norteamérica) se llaman norteamericanos, los de América Central (o Centroamérica) se llaman centroamericanos, los de las Antillas se llaman antillanos (no son ni norteamericanos, ni centroamericanos, ni sudamericanos) y los de América del Sur (Sudamérica o Suramérica), sudamericanos (o suramericanos).

Hispanoamericanos son los americanos de habla española, y la parte de América en la que viven se llama Hispanoamérica. Iberoamericanos son los hispanoamericanos y los brasileños, que hablan portugués, ya que España y Portugal son las dos naciones que ocupan la península ibérica.

Tengo la impresión de que sudamericano esta adquiriendo cierta connotación negativa (reforzada por el peyorativo sudaca), y me consta que a los habitantes de aquellas latitudes no les gusta que se les llame así. Algo parecido ocurre con hispanoamericano. Prefieren llamarse a sí mismos latinoamericanos y más recientemente, latinos, y a su territorio América Latina (o Latinoamérica). Probablemente hay en ello un deseo de desasirse definitivamente del pasado colonial español, o diluir la preponderancia de este origen en una combinación de influencias de países europeos de cultura latina, como Italia y Francia. Yo no sé si esto es exacto en la realidad actual y en la  historia, y no olvidemos que esas denominaciones, lejos de tener un origen autóctono, proceden claramente del inglés: Latin America, Latin American. Y es bien sabido el interés de potencias como Francia en el siglo XVIII y Estados Unidos en el XIX y posteriores en desactivar la influencia española en aquellas tierras y en los más diversos aspectos, también en el lingüístico. Así se escribe la historia. Pero, sinceramente, me parece poco inteligente intentar renegar de una cultura en una lengua que habló y en la que escribió Cervantes, Galdós o Juan Rulfo. Con respeto por todas las demás, sin duda. 

Hoy el término latinoamericano parece bien consolidado, incluso entre españoles, y sudamericano e hispanoamericano van a la baja. Y solo se puede llamar música latina a los nuevos ritmos importados de allí (música sudamericana o hispanoamericana serían otra cosa), por más que Horacio, Ovidio o Cicerón tengan escasa, por no decir nula, influencia en ella. Pero yo no me resigno. Hispanoamericano y sudamericano son términos precisos, apuntan con exactitud a las realidades que designan, están bien motivados morfológicamente. ¿Por qué dejar de usarlos si somos capaces de abstraernos de las connotaciones interesadas —o poco conscientes— de unos y otros que desvirtúan su verdadero sentido?