miércoles, 14 de mayo de 2025

Pepe Mujica, el político filósofo

 Hace dos días recibimos la tristísima noticia del fallecimiento del expresidente uruguayo José Mujica, Pepe Mujica, como todos le llamaban. Ya nos anunció hace unos meses que sufría un cáncer incurable, terminal, y que aquella sería su última aparición pública, un silencio que le permitiría recibir serenamente a la muerte.

Hace un década, durante su presidencia tras la victoria de la coalición electoral de izquierda Frente Amplio, se convirtió  en un referente inexcusable en todo el mundo, y supo  ganarse el afecto y la admiración de mucha gente, incluso de sus opositores. Fue capaz de vivir como pensaba, porque, como él mismo decía, "siempre se acaba pensando como se vive".

De los muchos libros y artículos que leí sobre él en aquella época y de sus emocionantes discursos, quiero seleccionar este que pronunció ante la Asamblea General de la ONU el 24 de septiembre de 2013.

Podéis leerlo accediendo desde este vínculo. Sea este mi pequeño homenaje.


Discurso de José Mujica ante la ONU, 24 de septiembre de 2013



martes, 14 de mayo de 2024

Stat rosa...

 


Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus

«Permanece la rosa prístina en su nombre, nos quedan los desnudos nombres».



Es el verso que el semiólogo y escritor Umberto Eco incluyó en la frase final de su conocida novela El nombre de la rosa. Lo tomó de un hexámetro del poema De contemptu mundi («Sobre el desprecio del mundo»), de  Bernardo de Cluny (siglo XII), sustituyendo la palabra Roma por rosa. En su origen reproduce el tópico de la vanidad de la vida terrenal: todas las cosas mundanas son efímeras, y de ellas, de su estado original, solo nos queda su nombre; pervivencia nominal que quizá en Eco ha de ser interpretada como una cualidad valiosa y esperanzadora.

 

Joaquín Dacosta. Nueva antología de expresiones latinas. En prensa.

lunes, 20 de noviembre de 2023

Tomates, frutas y frutos

 

Jadoklk. Con licencia CC BY-SA 4.0.

No es raro que los especialistas en determinada materia, los que se dedican asidua o profesionalmente a una actividad, gusten de emplear las palabras relativas a ellas a su modo, de manera diferente a como las emplea el común de los mortales. Hay que distinguirse de alguna manera... No me refiero a la terminología que es propia —y necesaria— de cada disciplina, sino a aquella apropiación o, diría yo, redefinición de palabras —y cosas— que entre la generalidad de la gente se conceptualizan de determinada manera y que el experto prefiere hacerlo de otra. Un ejemplo muy claro se encuentra en el gremio de los cocineros, verdaderos gurús de nuestra ociosa sociedad actual.

Vamos a hablar de la palabra tomate. Oigo con mucha frecuencia en los últimos tiempos decir que el tomate es una fruta. Pues bien, vaya esta afirmación por delante: el tomate no es una fruta. Yo nunca lo he llamado fruta, ni he oído a nadie llamarlo así, a pesar de que en los medios de comunicación expertos gastrónomos y sus secuaces lo repiten con frecuencia. En realidad, lo que nos interesa aquí es dilucidar si a los tomates se les llama fruta o no se les llama fruta. Esta cuestión, claro, está relacionada con el hecho de que lo sean o no, pero no es exactamente lo mismo.

Repasaremos el uso de tres términos que entran en juego en esta argumentación: tomate, fruta y fruto. También citaremos otros que están relacionados, pero les dedicaremos menos atención porque no nos hacen tanta falta para lo que pretendemos demostrar.

El tomate es el fruto de la planta de huerta llamada tomatera. Según los botánicos, el fruto es el órgano de las plantas que nace a partir del ovario y que contiene las semillas, y que, una vez alcanzada su madurez, se separa de la planta para generar una nueva. Son frutos cosas tan heterogéneas como las aceitunas, los aguacates, las bellotas, las manzanas, las judías (las vainas con sus semillas), los plátanos, las calabazas, las majuelas, etc., etc. Algunos son comestibles y otros no. A algunos se les llama fruta y a otros no. A otros muchos frutos no se les llama de ninguna manera.

¿Qué conclusión podemos obtener de este hecho?

Que una misma entidad natural (un fruto) tiene una variada consideración desde el punto de vista de la estructura léxica, que se guía por la subjetividad del sujeto hablante, por el interés que suscita en él; concretamente, en este caso, por el hecho de ser comestible y por la forma en que se come.

Por supuesto que un tomate comparte muchas propiedades biológicas con una manzana, ambos son frutos de sus correspondientes plantas. Diría más, cabe incluso afirmar que posee más rasgos naturales en común con una manzana que con un pimiento o con una lechuga. Pero a un tomate no se le llama fruta porque posee propiedades sutiles, subjetivas y prototípicas que ordenan a nuestro sentido lingüístico espontáneo desechar esa denominación: no ser excesivamente dulce, no comerse normalmente de postre, utilizarse muy frecuentemente en guisos, cultivarse en huertas junto con otras hortalizas; y muy posiblemente unos cuantos más.

No es necesario ni ser botánico ni ser lexicógrafo para saber qué es un tomate y cómo se llama. Confiemos en nuestro sentido lingüístico sin dejarnos llevar por la «creatividad» improvisada y poco justificada de algunos chefs.

jueves, 20 de julio de 2023

Trans-; tras-


Sé que el título de este artículo puede resultar enigmático; pero no, no voy a hablar hoy de una conocida canción de nuestra rutilante estrella Rosalía. Tampoco de uno de los grupos del colectivo LGTBI, tan de rabiosa actualidad en los medios y en la controversia política.  Se trata del uso de estas dos variantes del prefijo de origen latino trans-, presente en un buen número de palabras castellanas, y que con frecuencia plantea dudas a los hablantes o estudiantes de español. Por cierto, voy aprovechar la ocasión para llamar la atención sobre dos expresiones que acabo de utilizar: rutilante estrella y rabiosa actualidad. Se trata de dos ejemplos de lo que los lingüistas llamamos solidaridades léxicas. Son asociaciones frecuentes de palabras, habitualmente de adjetivos y sustantivos como en este caso. Muchas de ellas se llegan a convertir en clichés, por lo que, siguiendo al maestro Lázaro Carreter, conviene evitar en lo posible. Buen consejo. Yo las he utilizado porque me venían al pelo para dar esta explicación.

Pero vamos a lo nuestro. Trans- y tras- son dos variantes de un mismo prefijo latino, trans-, que aporta el sentido general de «pasar al otro lado», a veces con la idea de «a través» (transparente), de «detrás» (trasponer), de «al otro lado» (transbordar) e, incluso, «cambiar» (trastocar). Esa ene ante ese en final de sílaba resulta verdaderamente incómoda para los hábitos de pronunciación de los hispanohablantes (base articulatoria, dicen los fonetistas), por eso, casi se pierde en la lengua hablada, de suyo más descuidada y tendente a la relajación que la escrita. Y muchas veces esta pérdida ha pasado a la escritura. Esta circunstancia hace que surjan dudas a la hora de escribir las palabras que se forman con este prefijo. Buena parte de ellas puede escribirse de las dos maneras, aunque lo habitual es que sea más frecuente de una de las dos formas, otras solo se usan con una de las dos variantes.

No es posible dar reglas generales que nos ayuden a tomar la decisión en la mayor parte de los casos. Sin embargo, voy a dar dos:

‒Se escriben solo con tras- la palabras que incluyen la idea de «lugar situado en la parte de atrás»: trastienda, trasaltar.

‒Se escribe siempre trans- cuando este prefijo antecede a palabras que empiezan por s: transiberiano, transexual.

No es mucho, lo reconozco. A partir de aquí, pueden aportarse razones históricas o de otra índole —que no se cumplen a rajatabla— por las cuales se da la preferencia de una forma sobre la otra. A efectos prácticos, creo que será mejor ofrecer una lista extensa de los términos afectados, que puede consultarse en caso de duda. La ordenaremos mediante la siguiente clasificación, basada en datos de uso actual:

1. Palabras que solo se escriben con trans-.

2. Palabras que se escriben preferentemente con trans-.

3. Palabras que solo se escriben con tras-.

4. Palabras que se escriben preferentemente con tras-.

5. Palabras que se escriben indistintamente con trans- o con tras-.

Solo se escriben con trans-:

Transacción, transaccional, transaminasa, transcurrir, transcurso, transdérmico, transepto, transeúnte, transexual, transexualidad, transfornterizo, transgén, trangénico, transiberiano, transición, transicional, transido, transigencia, transigente, transigir, transilvano, transistor, transistorizar, transitable, transitar, transitivo, tránsito, transitoriedad, transitorio, tranliteración, transliterar, transpacífico, transu(b)stanciación, transu(b)stanciar, transuraniaco, transuránico.

Se escriben preferentemente con trans-:

Transalpino, transandino, transatlántico, transbordador, transbordo, transcaucásico, transcribir, transcripción, transcriptor, transcurrir, transcurso, transferencia, transferible, transferir, transfiguración, transfigurar, transfixión, transformar, transformación, transformador, transformismo, transformista, tránsfuga, transfugismo, transfundir, transfusión, transgredir, transgresión, transgresor, transmediterráneo, transmisible, transmisión, transmisor, transmitir, transmutación, transmutar, transnacional, transoceánico, transparencia, transparentar, transparente, transpirable, transpiración, transpirar, transpirenaico, transportable, transportador, transportar, transportista, transporte, transverberación, transversal, transverso.

Solo se escriben con tras-:

Trasaltar, trascordarse, trascoro, trasegar, trasladable, trasladar, traslado, trasmundo, trashumancia, trashumante, trashumar, trasiego, trasluz, trasmallo, trasmano, trasnochado, trasnochador, trasnochar, traspapelar, traspasar, traspaso, traspié(s), trasquilar, trasquilón, trastabill(e)ar, trastienda, trastocar, trastornar, trastorno, trastrocar, trasudar, trasudado. 

Se escriben preferentemente con tras-:

Trascendencia, trascendental, trascendentalismo, trascendente, trascender, trasfondo, traslación, traslaticio, trasplantable, trasplantación, trasplantador, trasplantar, trasplante, trasponer, traposición, traspuesto, trasvasar, trasvase. 

Se escriben indistintamente con trans- o con tras-:

Tra(n)slúcido, tra(n)slucir, tra(n)smontano, tra(n)sportín. 

Aunque es una relación amplia, no es exhaustiva, y no es necesario que lo sea. Se han excluido palabras muy poco usuales, y no aparecen todos los derivados o compuestos dentro de cada familia de palabras, pues se entiende que los que no están siguen la misma pauta que los que sí se han incluido. 

Naturalmente, para resolver dudas puntuales sobre la ortografía de estas palabras (y muchas otras cosas), pueden consultarse los diccionarios de español, que para eso están. Los mejores son el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española (consultable gratuitamente on line en la dirección https://dle.rae.es), el Diccionario de uso del español, de María Moliner, y el Diccionario del español actual, de Manuel Seco (también gratuito on line en https://www.fbbva.es/diccionario/). (El orden que he elegido para citarlos no implica en absoluto orden de calidad). Esto me recuerda que debo dedicar más de un artículo a presentar los  diccionarios que me gustan, su manejo más creativo, sus variadas informaciones. Animo vivamente a explorar nuevas y estimulantes posibilidades de consulta de los buenos diccionarios para aprovechar al máximo la insospechada riqueza que atesoran. Espero ponerme pronto a la tarea.

lunes, 16 de enero de 2023

La sonrisa de Buda. Yo y los otros ante el cambio lingüístico



El maestro Gregorio Salvador —que nos dejó hace poco más de dos años— nos enseñaba en sus clases de semántica y lexicografía cómo la gran extensión de la locución por favor empleada en todo tipo de peticiones formales tuvo su origen en la irrupción del cine de habla inglesa en nuestro país. Los guionistas encargados de las adaptaciones al español necesitaban una traducción del adverbio please, frecuentísimo como puede suponerse en las películas, y que contuviera una bilabial para que el movimiento de la boca de los actores coincidiera aproximadamente con lo que decían en español. Echaron mano de por favor, aunque en aquel momento no tenía exactamente los mismos valores que please. Algo así debía de intuir un hablante de oído tan fino como mi padre cuando solía añadir la coletilla «como decís vosotros» cada vez que usaba la expresión de marras; refiriéndose a mí, claro, que ya no empleaba por favor de otra forma. Para él, para su época, por favor albergaba siempre un tono patético, como el que puede darse en una frase como ¡una limosnita, por favor!, de ahí que le extrañara el nuevo uso, que para mí ya era completamente natural.

El origen de los cambios lingüísticos —el de por favor es uno de ellos— responde muchas veces a motivos azarosos, no siempre justificables; como en este caso la mera necesidad práctica de estos oficiales de la escritura que son los guionistas. Pero contaban con un potentísimo «agente mediador» (término acuñado por Lázaro Carreter): el cine. Así se escribe la Historia.

Hoy asistimos, como en todas las épocas, a una ebullición de los usos lingúsiticos; formas y sentidos que van quedando obsoletos y otros nuevos que surgen, a veces aparentemente innecesarios. Ya no se dice tartera o fiambrera, aquellos recipientes más o menos estancos en que llevábamos la tortilla y los suculentos filetes empanados en las excursiones de domingo al río. Ahora se prefiere la impronunciable palabra inglesa tupperware o, abreviadamente, tupper (que se pronuncia túper o táper), como quieren los establecimientos comerciales y la publicidad. Creo que está completamente perdida la distinción entre autobús y autocar, en favor del primero de los dos, y las generaciones más jóvenes adoptan formas que a las anteriores producen perplejidad, soportable por supuesto. Cuando yo era joven se empleaba con frecuencia la locución en plan (de) para indicar la manera en que se hacía una cosa, como cuando digo Voy a salir con Alicia en plan de amigos o Iremos en plan tranquilo. Ahora los adolescentes y no tan adolescentes la usan de manera elíptica sin complementación, casi ya como muletilla y con reiteración exagerada: Este fin de semana saldremos fuera de Madrid, en plan. Es curiosa la extensión que ha adquirido la locución en verdad, con el sentido de «en realidad»: En verdad no hace falta ir a las clases; los apuntes se pueden consultar por Internet. Yo no puedo evitar sentir resonancias bíblicas cuando oigo esta locución, como cuando Cristo le dijo al buen ladrón en el momento de la crucifixión: En verdad te digo que mañana estarás conmigo en el paraíso. Son meros ejemplos de los muchos que se podrían citar.

Sabemos que la comunicación lingüística requiere una transacción entre los hablantes, un común denominador entre generaciones, estilos, culturas. Que un uso excesivamente personal puede llevar a la expulsión de la comunidad hablante. Pero qué saludable es a veces escuchar la propia voz, decirse como don Quijote yo sé quién soy, y con la sonrisa interior de Buda, «el consciente», añadir como mi padre «como decís vosotros...».




jueves, 15 de diciembre de 2022

Sentimientos lingüísticos: a propósito del femenino plural inclusivo



Hace unos cuantos días me llegó por vía indirecta el siguiente intercambio de guásaps (esta forma castellanizada del anglicismo Whatssap ya está ampliamente documentada e incluida en la edición de 2016 del Diccionario de María Moliner). Cambio algunas cosas para que la referencia no sea tan explícita. En este ejemplo, se trata de una felicitación que transmite el organizador a los asistentes a una convención de escritores (hombres y mujeres) y la respuesta de uno de ellos:

—Estamos recibiendo un montón de felicitaciones por las intervenciones. Estad atentas a las redes sociales, próximamente colgarán noticias referentes a vuestras intervenciones. Enhorabuena, campeonas.

—Vaya, se ve que gustaron más las escritoras. Los escritores trataremos de esmerarnos más la próxima vez.

—Imagina cómo se pueden sentir las mujeres cuando durante siglos se las ha incluido en el masculino.

No sé si la respuesta del escritor incluye cierta retranca maliciosa. La del emisor inicial del mensaje no deja lugar a dudas. Muestra una intención reivindicativa completamente deliberada. La misma que se da en la denominación de la organización política Unidas Podemos, formada, por supuesto, por mujeres y por hombres.

Es evidente que un femenino plural no puede representar a un colectivo formado por hombres y mujeres, tampoco cuando el número de mujeres es mayoritario, como se piensa a veces (de ahí la respuesta del autor interpelado). Se trata simplemente del funcionamiento de la gramática española actual, que heredó del latín y que, evolucionada, se mantiene hasta ahora: el masculino plural aplicado a un grupo de personas del sexo masculino y femenino puede referirse bien a todos, bien solo a los del sexo masculino; una u otra interpretación dependen del contexto. El femenino plural se refiere únicamente a personas del sexo femenino. Naturalmente, estamos hablando del uso normal o estándar de la lengua. En contextos específicos, la lengua es tremendamente flexible para servir a un fin determinado.

Por otro lado, se incluye la afirmación marcadamente inexacta y, a mi modo de ver, tendenciosa de que el uso del masculino plural inclusivo ha producido en la mujer un sentimiento de sumisión al hombre. Sinceramente, y se lo he preguntado muchas veces a ellas, no me consta que exista ese sentimiento en la mayor parte de la mujeres en este aspecto. Cuando se da, probablemente es algo sobrevenido a la influencia ideológica, no previo.

Sin duda, la equiparación en derechos del hombre y la mujer es uno de los hechos más destacables y beneficiosos en la evolución social de finales del siglo pasado y principios del actual. Cuenta con todo mi apoyo. Sin embargo, las lenguas naturales como el español, son productos históricos que evolucionan por consenso implícito de la totalidad o de la gran mayoría de los hablantes, y los cambios no pueden imponerse ni efectuarse al margen de sus estructuras propias —tampoco la Real Academia puede hacerlo— desde ningún colectivo, por muy loables que sean sus reivindicaciones.







jueves, 24 de noviembre de 2022

Tres pares de verbos que no se deben confundir: influir e influenciar, infringir e infligir, e ingerir e injerir

 

Influir / influenciar

Estos dos verbos comparten un significado básico: «hacerse notar la presencia de alguien o algo en una persona o cosa». El primero de ellos puede usarse como transitivo, especialmente en forma pasiva:

El  nuevo asesor la ha influido mucho a la hora de tomar la decisión.

Su estilo literario fue influido claramente por las corrientes vanguardistas del principios de siglo.

Sin embargo, se usa preferentemente como intransitivo con un complemento introducido por las preposiciones en o sobre:

 La invención de la imprenta influyó decisivamente en la difusión del ideal renacentista en toda Europa.

Son muy diversos los factores que influyen sobre la manera de ser de una persona.

Influenciar funciona siempre como transitivo, preferentemente también en pasiva:

Sin duda la estrategia de China va a influenciar la política estadounidense en las próximas décadas.

María siempre ha estado muy influenciada por su hermana mayor.

Además de las diferencias de construcción que acabamos de mencionar, se dan en estos verbos ciertos matices diferenciadores en el uso. Influir es de empleo más general, mientras que influenciar expresa en especial una influencia o ascendiente en la actitud de las personas o en cosas en que la actitud de las personas es decisiva; con frecuencia, además, se aplica a una influencia que de algún modo resulta negativa. Difícilmente —aunque todo es posible— se diría La lluvia influencia el desarrollo de las plantas, pero sí más naturalmente Su modo de trabajar se ha visto influenciado por la opinión de sus maestros.

Me gustaría añadir algo más. Influir es un verbo de profundo arraigo en español, que se documenta al menos desde el siglo XV, mientras que influenciar se tomó del francés en el siglo XIX. Este hecho, el que tenga una larga tradición en nuestro idioma, suele querer decir algo. Creo que los hablantes más conscientes y esmerados  y  —por qué no decirlo— más elegantes al usar su lengua prefieren influir en cualquier caso, mientras que influenciar es más propio de lenguaje periodístico, proclive a la novedad no siempre justificada.

Por cierto, influir e influido se escriben sin tilde (lo veo muchas veces escritos con ella), aunque la u y la i se pronuncian en hiato: [influ-ir, influ-ido].


infringir / infligir

Aunque ambos verbos se parecen formalmente —lo que hace que se confundan con más frecuencia de la deseable—, su significado es muy distinto:

Infringir es «no cumplir o ir en contra determinada norma»:

Fue multado por infringir varios artículos del código de circulación.

Infligir significa «aplicar o causar un castigo o penalidad»:

Una asociación de abogados denunció las torturas infligidas a los detenidos durante el interrogatorio.

Evítense, por supuesto, formas inexistentes como infrigir y, en especial, inflingir, que se oye con frecuencia.


ingerir / injerir

Solo se diferencian en una letra, que además se pronuncia igual, pero estos dos verbos se refieren a cosas que se parecen poco:

Ingerir es «introducir algo en el aparato digestivo a través de la boca»:

Ingirió una dosis elevada de somníferos pero los servicios sanitarios le atendieron a tiempo.

Injerir se usa es usa especialmente en forma pronominal (injerirse) y equivale a «entrometerse» o «inmiscuirse». Se construye con un complemento introducido por la preposción en:

Fue severamente advertido por injerirse en la política interna de otros países.

Atención también a su conjugación, ambos son irregulares y se conjugan como hervir: ingerir / injerir; ingiero / injiero; ingirió / injirió; etc.



viernes, 21 de octubre de 2022

Preguntar, contestar y llamar: casos de leísmo y laísmo

 

Ya hablé sobre el leísmo, el laísmo y el loísmo en un par de artículos anteriores. El asunto es árido y con aristas en varias direcciones. Tuvo poco seguimiento (lo que podía ser previsible), pero creo necesario insistir un poco más porque es objeto de duda frecuente entre los hablantes. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra; no seré yo... Lo trataré hoy desde otra perspectiva: a partir de los verbos de uso frecuente en que se plantea el problema. Hoy me voy a ocupar de los verbos  preguntar, contestar  y llamar, que tienen en común —junto con otros muchos —  que se construyen con complementos referidos a personas, algunos de ellos en combinación con complementos referidos a cosas. Estos últimos a veces no se expresan, y de ahí surge la mayor parte de las complicaciones. En preguntar y contestar se dan con frecuencia casos de laísmo, y en el verbo llamar es habitual el leísmo referido a personas de sexo femenino.


Preguntar, cuando significa «hacer preguntas o pedir información a alguien sobre algo», se construye de dos maneras:

1) Aquello sobre lo que se plantea la duda o lo que se pegunta se expresa mediante un complemento directo, y la persona a quien va dirigida la pregunta, mediante un complemento indirecto:

        Le preguntó a su amiga su opinión. 

Le es un pronombre en función de complemento indirecto que anticipa a a su amiga, y por lo tanto debe usarse esta forma del pronombre, no la.

2) La duda planteada o aquello por lo que se pregunta se expresan mediante un complemento precedido de por o sobre:

Le preguntó a tu hermana por la salud de su padre.

Le es el complemento indirecto, como en la construcción anterior.

En ocasiones, el objeto de la pregunta o la duda no se expresan, pero el complemento de persona sigue siendo indirecto y, por lo tanto, el pronombre que debe usarse para el femenino (como para el masculino) es le(s), y no la(s):

La directora ha cambiado los horarios de atención al público. Pregúntale para confirmarlo (no pregúntala).


Contestar significa  «dar respuesta a lo que alguien dice o pregunta». La respuesta se expresa con un complemento directo, y la persona a quien se responde, mediante un complemento indirecto: 

Ante la insistencia de la periodista, el presidente le contestó que no habría subida de impuestos este año.

Le es el pronombre en función de complemento indirecto que representa a la periodista.

A veces el complemento directo no se expresa, pero el complemento de persona sigue siendo indirecto. Le corresponde, como en el ejemplo anterior, la forma le(s) del pronombre, tanto para el masculino como para el femenino:

La periodista preguntó sobre el nuevo impuesto sobre el patrimonio, pero el presidente no le contestó.

Cuando el complemento de cosa expresa, no la respuesta, sino la pregunta o aquello a lo que se responde, este es complemento directo o un complemento introducido por la preposición a. Si estos complementos no se expresan, el complemento de persona sigue siendo indirecto:

Había muchas dudas entre las enfermeras, pero el director intento aclararlas contestándoles (a) todas sus preguntas.

La enfermeras preguntaron al director, y este les contestó muy amablemente.

En ambos casos el complemento referido a enfermeras es complemento indirecto, y por tanto debe ser les, no las.


Llamar significa en primer lugar «atraer la atención de alguien diciendo su nombre o de cualquier otro modo». Es un verbo transitivo que, por tanto, se construye con un complemento directo de persona:

Ahí esta tu madre. Llámala desde la ventana.

La forma del pronombre que funciona como complemento directo debe ser la, y no le.

 En el sentido de «establecer comunicación telefónica con alguien» el uso más generalizado y recomendable es el transitivo:

Luisa estuvo aquí hace un rato. Llámala por teléfono en cuanto puedas.

Como en el caso anterior, la forma preferible del pronombre es la(s) cuando se refiere a personas de sexo femenino.

Llamar es igualmente transitivo con el significado de «aplicar a alguien determinado nombre o calificativo»:

A la niña la llamaron Juana en recuerdo de su abuela.


Tomando como ejemplo los verbos preguntar y contestar, por un lado, y llamar, por otro, podemos observar dos fenómenos contrapuestos. Laísmo en el primer caso, especialmente cuando el complemento de cosa no se expresa, y se tiende a interpretar que el complemento de persona es el complemento directo. Leísmo en el caso de llamar cuando el complemento directo se refiere a personas de sexo femenino, hecho debido probablemente a la tendencia general, muy común en la actualidad, a no caer en el laísmo, sentido como vulgar o poco prestigioso  entre muchos hablantes.

viernes, 1 de julio de 2022

Sexismo lingüístico



Pocas veces un fenómeno lingüístico ha gozado de una presencia tan evidente en el debate público y privado como el que se va a tratar en este artículo. Ha sido —y sigue siendo— tema de sostenida controversia ideológica y política; los medios de comunicación lo tratan con asiduidad, y es tema de conversación recurrente en reuniones de amigos y familiares. Numerosas instituciones abogan por la utilización de un lengua no discriminatoria y ya existe una abundante legislación tanto nacional como internacional que propugna abolir el sexismo en el lenguaje. Sabía que tenía que llegar el momento de abordar este tema, tan espinoso en algunos aspectos. Va a ser ahora que nuestro querido SARS-Cov-2 y su enésima variante me tienen encerrado en casa.  Intentaré hacerlo de forma sencilla, breve, y, a ser posible, sin sectarismo ni indiferencia. Vamos allá.

Se incurre en sexismo lingüístico cuando un hablante emite un mensaje que incorpora un trato discriminatorio hacia alguien en razón de su sexo, como hecho biológico y, especialmente, en todo lo que implica este hecho en el lugar que el individuo ocupa en la sociedad. El valor semántico de la expresión sexismo lingüístico permitiría que fuese aplicada a cualquiera de los dos sexos, pero en la práctica, el uso se ha restringido al sexismo que se ejerce contra la mujer. Vaya por delante la afirmación de que el sexismo existe, y el sexismo lingüístico también; no podía ser de otro modo, siendo la lengua la principal forma de comportamiento implicada en las relaciones humanas.

No me referiré aquí a casos evidentes de enunciados discriminatorios, y que raramente son hoy objeto de discusión. Como el que se da en esta frase:

Como ha sido siempre, la mujer ha de quedarse en casa cuidando de la prole y de su marido, cumpliendo las tareas que su naturaleza le dicta.

Tampoco hay que insistir en la abundante variedad de expresiones que ofrecen nuestros diccionarios, desde las más elevadas a las más vulgares o malsonantes, que se emplean para denigrar tanto a las mujeres como a otros colectivos. Sabemos que la lengua es un sistema que sirve para muchas cosas: para describir, para comunicar, para preguntar, para pedir, para ordenar, para elogiar, para mentir... Y también para insultar. Son los hablantes los que han de decidir lo que desean hacer con ella.

Hablaré aquí de algunos casos de sexismo en el uso lingüístico más sutiles, y que con frecuencia pasan desapercibidos, ya que se encuentran hondamente arraigados en mecanismos inconscientes aprendidos en el seno de las sociedades patriarcales.

Quizá recordéis una conocida adivinanza en la que se juega con el sentido de la palabra eminencia cuando se aplica a una persona de grandes conocimientos y competencia en su campo profesional. Es capaz de resolverla quien cae en la cuenta de que eminencia es un término que puede aplicarse en realidad tanto a hombres como a mujeres; no lo hará quien, como es habitual, solo piense en un hombre como destinatario de tan elogioso calificativo. Quien esté interesado en conocer el contenido completo del acertijo, puede acceder a él desde este enlace.

A diferencia del ejemplo propuesto arriba, que manifiesta conscientemente determinadas ideas sobre cuál debe ser el sentido vital de la mujer —que hoy parecen claramente superadas— este acertijo pone en evidencia un caso de sexismo lingüístico inconsciente.

Traigo también un ejemplo frecuentemente citado como sexista que se encuentra en la famosa canción Libertad sin ira, que, paradójicamente, llegó a convertise en uno de los himnos de la Transición democrática en España:

Pero yo solo he visto gente
que sufre y calla, dolor y miedo;
gente que solo desea
su pan, su hembra y la fiesta en paz.

Al margen del uso de la palabra hembra, que hoy quizá juzgaríamos inapropiada para referirse a un mujer en este contexto, se produce la identificación del pueblo español (gente) solo con una parte de él, algo menos de la mitad, el hombre (que solo desea su hembra), ignorando o «invisibilizando» a la otra mitad. Este concepto de «invisibilidad» de la mujer —estrechamente vinculado con el de la igualdad—, que de algún modo queda subsumida en el ámbito de lo masculino, es uno de los ejes fundamentales de la reivindicación de los movimientos que desde mediados de los años ochenta del siglo pasado vienen denunciando y combatiendo el sexismo contra la mujer;  pues, como parece fuera de duda, solo aquello que se ve, aquello que se hace presente y destaca, puede ser tomado en consideración y respetado.

Vamos a ver ahora dos temas que son objeto de discusión habitual al  hablar sobre el sexismo lingüístico: el uso de las formas femeninas en las denominaciones de profesiones ejercidas por mujeres, y el llamado «masculino genérico». El hecho de que ambas cuestiones, y otras, se  sitúen  en el núcleo de lo que los lingüistas suelen denominar «sistema»  (frente el uso concreto de ese sistema en un contexto dado) hace que haya quien plantee este asunto en términos de si el español como tal o es o no es sexista. Tengo serias dudas de que esta sea una forma correcta de hacerlo, y, en cualquier caso, creo que aporta poco a la línea de razonamiento que se está siguiendo aquí.


Profesiones ejercidas por mujeres

Es evidente que si determinada profesión es ejercida por una mujer, el nombre aplicado a quien la ejerce debe disponer de la forma femenina correspondiente, mediante la variación en la desinencia de género o de otro modo, de acuerdo con las pautas morfológicas del español. De ahí que el acceso de las mujeres a profesiones que antes eran solo ejercidas por varones obligue a la creación de nuevas formas. Esto no plantea especiales problemas desde el punto de vista del sistema lingüístico, los diccionarios incorporan estos términos con toda naturalidad y raramente son objeto de discusión. Si se desciende al uso concreto, convendrá hacer algunas matizaciones que ilustraremos a partir de los siguientes ejemplos:

Abogada, arquitecta, asistenta, (la) asistente, bombera, comadrona, (la) concejal(a), cuidadora, física, filóloga, (la) futbolista, (la) juez(a), limpiadora,  médica, minera, notaria, ingeniera, matemática, música, piscóloga, portera (de una finca o de fútbol), presidenta, (la) ujier.

Ninguna de estas formas es cuestionable desde el punto de vista gramatical. Todas ellas se ajustan a la morfología del español. Sin embargo, no todas gozan de la misma aceptación en el uso.
    Creo que abogada, comadrona (solo faltaría), filóloga, psicóloga y presidenta no presentan ninguna restricción de uso. Acaso solo abogada en sus ámbitos profesionales propios, tan conservadores lingüísticamente hablando y tendentes al formulismo.
    Arquitecta, ingeniera, médica, notaria cuentan con alguna resistencia, incluso entre algunas mujeres, acaso porque pese el prejuicio sexista, muchas veces inconsciente, de que una profesión es más prestigiosa cuando es ejercida por un hombre. En el caso de notario puede aplicarse también lo reseñado para abogada. Por cierto, mis felicitaciones a las «médicas» que se llaman a sí mismas así sin complejos; seguiré su ejemplo.
    Es muy revelador que asistenta, cuidadora, limpiadora y portera (de una finca) nunca hayan sufrido cuestionamiento alguno. No es de extrañar, son profesiones de carácter subalterno que han sido ejercidas  mayoritariamente por mujeres.
    Física, matemática y música son denominación perfectamente válidas, aunque cuentan con la dificultad de su coincidencia formal con la disciplina correspondiente, lo que podría dar lugar a confusiones. Nada que la pericia del hablante o del escritor no puedan resolver.
    No suelen plantear problemas las formas en que la distinción de género no se manifiesta en la desinencia, como en futbolista y asistente.
    En el caso de (la) juez / jueza y (la) concejal(a) no existe unanimidad en las preferencias de uso. Todas ellas son formas válidas y plenamente reconocidas en los diccionarios y gramáticas. 

Como puede verse, la extensión de las formas femeninas a las profesiones ejercidas por las mujeres es un proceso que se cumple con toda naturalidad dentro de los limites del sistema gramatical de la lengua. Cosa distinta es la valoración que los hablantes hacen de cada unas de las formas en particular, que usarán de acuerdo con sus preferencias y valores, que, no obstante, no tienen por qué ser inamovibles.


El «masculino genérico»

Es el uso de la forma masculina de un sustantivo para designar al mismo tiempo tanto el masculino como el femenino. Es una propiedad de determinados sustantivos que se refieren a seres animados (personas y animales), en los cuales la diferencia sexual se manifiesta en la distinción formal de género, y se da especialmente en plural. Por ejemplo, en la frase:

Los estudiantes que hayan aprobado en junio podrán realizar la reserva de matrícula la semana que viene.

Aquí el término estudiantes puede referirse conjuntamente a personas de sexo masculino y a personas de sexo femenino. Esa sería la interpretación más normal, aunque cabe también pensar que afecta solo a varones, pero en este contexto difícilmente podría entenderse así.

El masculino genérico se da también en algunos sustantivos en singular, como hombre, que puede referirse al mismo tiempo a hombres y mujeres en su conjunto en expresiones como la llegada del hombre a la Luna, y a veces se denomina también masculino genérico al que en plural sirve designar parejas del tipo padres (padre y madre), abuelos (abuelo y abuela), reyes (rey y reina), condes (conde y condesa), etc.

Este recurso gramatical, habitual en todas las lenguas románicas, ha sido interpretado por parte de determinados grupos reivindicativos, generalmente de orientación feminista, como una clara manifestación de la invisibilización de la mujer impuesta por una cultura patriarcal milenaria. Este sentimiento —perfectamente legítimo— ha adquirido cierta relevancia social, y desde hace tiempo se ha venido trabajando en diversas alternativas al uso del masculino genérico, publicándose incluso libros de estilo promovidos por diferentes instituciones. La que ha adquirido mayor trascendencia es el desdoblamiento en masculino y femenino de los plurales que abarcan ambos géneros. Aquí me detendré solo en esta; para otras propuestas pueden consultarse las referencias que incluiré al final del artículo.

Siguiendo el ejemplo de arriba, el desdoblamiento daría el siguiente resultado:

Los estudiantes y las estudiantes que hayan aprobado en junio podrán realizar la reserva de matrícula la semana que viene.

En principio, este desdoblamiento no iría contra las normas gramaticales. Se da en muchos casos en el uso corriente pero siempre con motivos específicos y en contextos determinados, no en casos como este. En los documentos notariales antiguos era muy común especificar el hijo y la hija o los hijos y las hijas para que no hubiese duda de que una herencia correspondía a todos ellos, fueran varones o mujeres. Y hoy es muy habitual en saludos corteses, pero solo en determinadas circunstancias: señoras y señores..., amigos y amigas...
    También podríamos imaginar situaciones en que sería conveniente especificar. Veamos el siguiente ejemplo:

En el colegio están planteándose organizar una clase extraescolar de costura dirigida a niños y a niñas.

En este caso no estaría de más especificar que la clase estaría pensada también para niños (que no les vendría nada mal), ya que en el imaginario colectivo tradicional la costura sería una actividad propia solo de niñas y mujeres. Un uso generalizado del desdoblamiento eliminaría este tipo de útiles distinciones.

Si transformamos el ejemplo de arriba del siguiente modo:

Todos los estudiantes aprobados en junio podrán realizar la reserva de matrícula la semana que viene.
    
¿Deberíamos desdoblar los determinantes y los adjetivos para garantizar la visibilidad del femenino? El resultado sería este:

Todos y todas los estudiantes y las estudiantes aprobados y aprobadas en junio podrán realizar la reserva de matrícula la semana que viene.

Parece poco razonable.

Este tipo de desdoblamiento tiene implantación, aunque de manera limitada, en ciertos tipos de textos. Se oye con frecuencia en los discursos políticos o en los medios de comunicación, y aparece en algunos casos en textos administrativos; también en otros contextos, como en los breves mensajes de la mensajería inmediata, con frecuencia en tono amablemente jocoso. Poco más. Los propios promotores de estos cambios reconocen inviable su aplicación general,  y sugieren limitarlos a ciertos tipos de documentos (normas legales, administrativos y otros).

En el año 2018, la entonces vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, con ocasión de los cambios constitucionales que se había previsto realizar de manera inminente, solicitó a la Real Academia Española su colaboración en una nueva redacción de la Constitución Española mediante la utilización de un «lenguaje inclusivo» que superara la invisibilidad 
 femenina de la que, en su opinión, adolecía el texto constitucional. La respuesta llegó dos años después y fue que no (dicho de forma más ampliada, y con ciertos matices y argumentos, claro). El documento de respuesta es público y a mí me ha interesado, no tanto la parte que se refiere a la Constitución, sino sobre todo un anexo —que parece estar redactado por otra mano— en el que se trata ampliamente el problema del sexismo lingüístico, con una exhaustiva argumentación en favor y en contra de las soluciones propuestas para combatirlo. Lo he incluido en las referencias aquí abajo.

Sin duda el sexismo lingüístico es un hecho real, y el primer paso para hacerle frente es adquirir conciencia de su existencia. Es digno de todo elogio el esfuerzo de muchas mujeres por alcanzar el lugar que les corresponde en la sociedad, que es probablemente una de las señas de identidad más evidentes del siglo XXI. También las instituciones de todos los niveles son conscientes de ello, y son numerosas las iniciativas encaminadas a ese propósito. Son muchas las cosas que se pueden y se deben hacer para desenmascararlo y abolirlo. Pero debe tenerse en cuenta que las lenguas naturales son productos históricos que nacen y evolucionan por consenso implícito de toda la comunidad hablante, y poseen estructuras básicas que no pueden ser soslayadas. Cualquier iniciativa que ignore estos hechos está condenada al fracaso.


Referencias

García Messeguer, Álvaro. El español, una lengua no sexista.





lunes, 30 de mayo de 2022

Quid pro quo

 

Esta expresión latina saltó a la fama a principios de los años noventa del siglo pasado tras el estreno en España de una exitosísima película que inaugura la querencia del cine por los asesinos en serie: El silencio de los corderos. El refinado psiquiatra antropófago Hannibal Lecter (Anthony Hopkings), en una entrevista inolvidable, propone a la brillante, pero aún inexperta estudiante de la Academia del FBI, Clarice Starling (Jodie Foster), un acuerdo por el cual él contestará a las preguntas de la agente en ciernes sobre el asesino que está buscando, si ella a su vez accede a contestar a las suyas, que en realidad solo pretenden conocer aspectos íntimos de la joven. En este contexto, Lecter emplea dos veces la expresión quid pro quo, y Clarice la repite poco después. Aquí va la secuencia (aprovechad también para disfrutar de la voz de Camilo García, que dobla a Hopkings).



Como acaba de verse (mejor dicho, oírse), se ha usado la locución con un sentido de reciprocidad: una cosa por otra, un toma y daca. Hay otra expresión latina que tiene exactamente este mismo sentido: do ut des, literalmente "doy para que des".

No obstante, en el uso culto tradicional ha predominado el sentido de "error que se comete al sustituir a una persona o cosa por otra". Incluso hay un motivo teatral que se llama así, quid pro quo, que se basa precisamente en esa confusión. Y esta es la razón por la cual se ha cuestionado este nuevo uso, y que no sé por qué se ha convertido en motivo recurrente de discusión, lingüística por supuesto. Lo cual me parece estupendo. De los muchos ejemplos que podrían traerse del uso clásico, he seleccionado esta cita de Juan Valera en su Correspondencia (1847-1857):

Querido amigo mío: ya se rompió el encantamiento y ya nos dieron las Grandes Cruces para el Marqués y para el general Serrano. Para usted no la han dado aún porque hubo un quid pro quo y se la concedieron al Sr. Díaz Canseco. Esto se enmendará y el Sr. Díaz Canseco se contentará con una encomienda.

Veamos las cosas un poco más de cerca:

Parece que esta locución tiene su origen entre los antiguos boticarios. Se llamaba quid pro quo a la sustancia que se empleaba en sustitución de otra en las preparaciones farmacéuticas. En este caso sin ninguna connotación de error o confusión. Este sentido de mera "sustitución" referido a la farmacopea ya aparece en el Diccionario de autoridades (1731) y lo veo ampliamente documentado en textos de los siglos XVI al XVIII. Es posible que el empleo de un sucedáneo en una fórmula magistral motivara alguna suspicacia, lo cual puede ser el precedente del matiz peyorativo que se consolidó con posterioridad. Así lo recoge el maestro Correas en su Vocabulario de refranes y frases proverbiales (1627):


Ezétera de eskrivano, i quid pro quo de botikario [...]

Kiere dezir ke es dañoso [...]


O sea, que los "etcéteras" de los documentos notariales o similares, y los quid pro quo de los boticarios son cosas poco recomendables.

Demos un paso más:

La locución quid pro quo está formada por el pronombre indefinido quid, que significa "algo", en caso nominativo, la preposición pro, que en latín tiene diversos sentidos, entre ellos, "en lugar de", "en vez de", y también "a cambio de"; y quo, el mismo pronombre en caso ablativo. Aunque no niego rotundamente esta posibilidad,  no veo la necesidad de interpretar, como quieren algunos, que lo que se está diciendo es que se confunde la forma de nominativo con la de ablativo. Quid pro quo podría traducirse literalmente por "algo por (en vez de o a cambio de) algo"; dicho más castizamente, "una cosa por otra", que curiosamente también en español expresa con palmaria ambigüedad las mismas dos ideas: confusión e intercambio.

El sentido de reciprocidad aparece ya ampliamente documentado en la prensa desde los últimos años del siglo XX hasta ahora. El latinista Víctor-José Herrero reconoce sin más explicaciones este sentido en su excelente Diccionario de expresiones y frases latinas, y matiza que se usa con frecuencia en las relaciones internacionales en el ámbito del comercio exterior. Y la Real Academia Española lo incluye con toda claridad en sus obras normativas (Diccionario de la lengua española, Diccionario panhispánico de dudas).

Tenemos entonces un sentido tradicional consolidado en el uso culto, "confusión entre una persona o cosa y otra", y otro más reciente, bien documentado, quizá ya más habitual que el anterior, "intercambio de una cosa por otra",  que no contradice el significado original de la expresión en latín; refrendado además por la opinión de sólidos especialistas y por la propia Academia. ¿Por qué no admitir entonces que el hablante, en uso de su autonomía, opte por cualquier de las dos acepciones, o por ambas, según su sentido lingüístico, sus preferencias estéticas o sus necesidades expresivas?



miércoles, 18 de mayo de 2022

Diez errores lingüísticos que no te puedes permitir (2)

 

México

La equis que aparece en este topónimo es la pervivencia de una grafía que representaba un sonido semejante al de la sh del inglés, que existió durante mucho tiempo en el español antiguo y que evolucionó hasta convertirse en la jota actual (con los matices peculiares de pronunciación que este fonema tiene en las diferentes áreas del español de España y de América). Debe, por tanto, pronunciarse como jota, nunca como equis, aunque se oiga con frecuencia. Esto mismo cabe decir de los derivados de México (mexicano, mexicanismo) y de otros topónimos de ese país, como Mexicali, Oaxaca, y también Texas, que perteneció a México hasta mediados del siglo XIX.
Por cierto, la grafía con jota (j) en todas estas palabras es perfectamente válida, aunque es hoy menos usual, especialmente en América.


Puntos suspensivos

Los puntos suspensivos son tres; ni dos, ni cuatro, ni más de cuatro.

No sé qué decirte...


Signos de interrogación (¿...?) y exclamación (¡...!)

En español, los signos de interrogación y exclamación (o admiración) son dobles. Deben colocarse al principio y al final de la oración o parte de esta afectadas por ellos:

¿Cuándo has venido?
¡Hasta ahí podíamos llegar!

Es cierto que por influencia de otros idiomas y por la dificultad de escribirlos con ciertos instrumentos, especialmente los móviles, muchas veces no se escribe el de apertura. La RAE considera tolerable prescindir de él en ciertas circunstancias (en particular, en los textos de mensajería inmediata), pero son necesarios ambos en cualquier comunicación medianamente formal.

Por otra parte: no se escribe nunca punto tras un signo de interrogación y exclamación de cierre. El resto de signos de puntuación (coma, punto y coma y dos puntos) sí se escriben:

¿Estuviste con tu madre? ¿Cómo se encuentra?, nunca ¿Estuviste con tu madre?. ¿Cómo se encuentra?.
¿Vienes?, si quieres te espero.
¡Te vas a arrepentir!; las cosas han cambiado mucho desde que te marchaste.
¡Es increíble lo que ha conseguido!: sacó la oposición en un año.


Dilema

Dilema es la situación en que se encuentra alguien que debe decidirse entre dos opciones, ambas malas. Hay que insistir en que se trata de «dos» opciones, como indica el prefijo di- con que esta formada esta palabra:

Se vio en el dilema de aceptar la reducción de sueldo o marcharse de la empresa.

No debe usarse, por tanto, en el sentido general de «decisión difícil» o «problema», como se oye con frecuencia.


Cannabis

Cannabis es el nombre del género que forma parte de la denominación científica de varias especies de cáñamo, especialmente el Cannabis sativa (el cáñamo de uso preferentemente textil) y el Cannabis indica (cáñamo índico o marihuana). Así es como se llamaba en latín al cáñamo, y de ahí lo tomaron los botánicos. El término latino se emplea corrientemente para denominar al cáñamo índico, especialmente cuando nos referimos a él por sus propiedades terapéuticas, y podemos verlo escrito sin tilde, cannabis, y entonces se está usando como latinismo, o castellanizado en la forma cánnabis. En cualquier caso, la pronunciación debe ser siempre esdrújula, como lo era en latín; es decir, con acento en la primera a, y no [cannábis], como se dice a veces.


Cotidianeidad y estanqueidad

No existen los adjetivos cotidiáneo y estánqueo; por lo tanto, aunque se usan con frecuencia, estas dos palabras no están justificadas morfológicamente. Las formas correctas son contidianidad (de cotidiano) y estanquidad (de estanco).


Gaseoducto

Por analogía errónea con oleoducto, se emplea con frecuencia esta forma anómala. Las forma apropiada es gasoducto.


Vayámonos


La formas verbales de primera persona del plural del subjuntivo usadas con valor imperativo pierden siempre la -s ante el pronombre nos: dejémonos, callémonos, vayámonos. No son correctas, por tanto, la formas dejémosnos, callémosnos, vayámosnos.


Ti

El pronombre personal tónico ti se escribe sin tilde, pues no existe ninguna palabra igual átona con la que se pueda confundir. Por el contrario, se escribe con tilde diacrítica para distinguirlo del posesivo átono mi. El pronombre personal también se escribe con tilde, igual que el adverbio de afirmación. Se escriben sin tilde la nota musical, aunque es palabra tónica, y la conjunción condicional:

Este regalo es para ti.
Ponte detrás de .
La tela ya no da más de .
¿Piensas ir el domingo a la excursión? , claro.
Si es el séptimo grado de la escala de do.
Si tengo tiempo, iré a visitar a los tíos.



Extrovertido

Aunque esta forma está ya incluida en el diccionario académico, es recomendable evitarla. No existe el elemento prefijo extro-. Se trata de un error por extravertido, que es la forma plenamente correcta, por analogía con introvertido.

viernes, 13 de mayo de 2022

A ver y haber


A ver es la combinación de la preposición a y el infinitivo ver. Aunque se escribe diferente, se pronuncia exactamente igual que el infinitivo haber, por lo que se confunde con bastante frecuencia. Es un error grave que debe evitarse.

A ver es una expresión muy corriente y que presenta usos variados que, en general, tienen en común la expresión del interés  por alguna cosa. Entre ellos:

1. En tono interrogativo, acompaña al acto de acercarse a mirar una cosa o mostrar interés por algo:

¿A ver...? Creo que hay un error en las cuentas.

 2. Puede indicar expectación o esperanza:

A ver qué pasar ahora con los inquilinos.

A ver si nos vemos pronto.

 3. Es frecuente delante de una oración introducida por si introduciendo diversos matices (expectación, temor, reto, esperanza o deseo, reconvención, etc.):

A ver si sabes lo que hay en esta maleta.

 A ver si te caes y te rompes la crisma.

A ver si eres capaz de levantar esa caja.

A ver si aprueba las oposiciones. 

A ver si te ocupas un poco más del gato.

4. Sirve para llamar la atención del interlocutor cuando se le va a preguntar, pedir u ordenar algo. Puede implicar cierta irritación o impaciencia:

A ver, ¿fuiste a hacer las gestiones al ministerio?

5. Puede equivaler a claro o naturalmente:

—Al final se separaron. —A ver, con lo mal que se llevaban.

6. Casi como una muletilla, se emplea para pensar un instante antes de dar una respuesta, con frecuencia mostrando contrariedad en mayor o menor medida:

 —¿Has conseguido trabajo?  —A ver, lo estoy intentando, pero en este momento la cosa no está fácil. 

Como hemos dicho, se confunde en ocasiones con haber. Con algunos ejemplos quedará clara la diferencia:

No te quejes; haber preguntado antes.

Tiene que haber pasado algo raro.

Puede haber un error en el programa y por eso se cuelga el ordenador.

Haber también funciona como un sustantivo que significa en general «bienes o cosas que se poseen»:

Abono de haberes.

El haber y el debe de una cuenta.

El equipo tiene en su haber varias copas de Europa.


martes, 3 de mayo de 2022

Americanos

 

Ortega decía que explicar algo, hacerlo entender cabalmente, no era nada más —y nada menos— que reducirlo, por muy complejo que fuese, a verdades de Pero Grullo. Así que con la venia de este personaje de la imaginación popular y la del más universal de nuestros pensadores, me propongo verter hoy aquí unas cuantas perogrulladas sobre el uso de los adjetivos de relación y gentilicios correspondientes a las principales áreas en que se divide el continente americano. Hay un motivo para ello. Suelen cometerse impropiedades al emplear estos adjetivos y sustantivos, a veces por imprecisión geográfica, y las más por estar connotados por motivos ideológicos. Esto no es ninguna crítica, es la constatación de una realidad. El influjo ideológico es una manifestación de la subjetividad, y esta contribuye decisivamente a la consolidación de las unidades léxicas.

Los habitantes de América se llaman americanos. Esto quiere decir que son americanos tanto los norteamericanos, como los centroamericanos, antillanos y sudamericanos (o suramericanos). Obsérvese, sin embargo, que los habitantes de los Estados Unidos de América (por distinguir este país de los Estados Unidos de México), se llaman a sí mismos, de modo un tanto abusivo, americanos o norteamericanos (American, North American), uso que se ha extendido al español, cuando lo deseable y más correcto es llamarles estadounidenses. Conviene recordar también que los mexicanos, aunque pueda extrañarnos porque hablan español —no sé qué tendrá que ver una cosa con la otra— son también «norteamericanos».

Así pues, los habitantes de América del Norte (o Norteamérica) se llaman norteamericanos, los de América Central (o Centroamérica) se llaman centroamericanos, los de las Antillas se llaman antillanos (no son ni norteamericanos, ni centroamericanos, ni sudamericanos) y los de América del Sur (Sudamérica o Suramérica), sudamericanos (o suramericanos).

Hispanoamericanos son los americanos de habla española, y la parte de América en la que viven se llama Hispanoamérica. Iberoamericanos son los hispanoamericanos y los brasileños, que hablan portugués, ya que España y Portugal son las dos naciones que ocupan la península ibérica.

Tengo la impresión de que sudamericano esta adquiriendo cierta connotación negativa (reforzada por el peyorativo sudaca), y me consta que a los habitantes de aquellas latitudes no les gusta que se les llame así. Algo parecido ocurre con hispanoamericano. Prefieren llamarse a sí mismos latinoamericanos y más recientemente, latinos, y a su territorio América Latina (o Latinoamérica). Probablemente hay en ello un deseo de desasirse definitivamente del pasado colonial español, o diluir la preponderancia de este origen en una combinación de influencias de países europeos de cultura latina, como Italia y Francia. Yo no sé si esto es exacto en la realidad actual y en la  historia, y no olvidemos que esas denominaciones, lejos de tener un origen autóctono, proceden claramente del inglés: Latin America, Latin American. Y es bien sabido el interés de potencias como Francia en el siglo XVIII y Estados Unidos en el XIX y posteriores en desactivar la influencia española en aquellas tierras y en los más diversos aspectos, también en el lingüístico. Así se escribe la historia. Pero, sinceramente, me parece poco inteligente intentar renegar de una cultura en una lengua que habló y en la que escribió Cervantes, Galdós o Juan Rulfo. Con respeto por todas las demás, sin duda. 

Hoy el término latinoamericano parece bien consolidado, incluso entre españoles, y sudamericano e hispanoamericano van a la baja. Y solo se puede llamar música latina a los nuevos ritmos importados de allí (música sudamericana o hispanoamericana serían otra cosa), por más que Horacio, Ovidio o Cicerón tengan escasa, por no decir nula, influencia en ella. Pero yo no me resigno. Hispanoamericano y sudamericano son términos precisos, apuntan con exactitud a las realidades que designan, están bien motivados morfológicamente. ¿Por qué dejar de usarlos si somos capaces de abstraernos de las connotaciones interesadas —o poco conscientes— de unos y otros que desvirtúan su verdadero sentido?