Pocas veces un fenómeno lingüístico ha gozado de una presencia tan evidente en el debate público y privado como el que se va a tratar en este artículo. Ha sido —y sigue siendo— tema de sostenida controversia ideológica y política; los medios de comunicación lo tratan con asiduidad, y es tema de conversación recurrente en reuniones de amigos y familiares. Numerosas instituciones abogan por la utilización de un lengua no discriminatoria y ya existe una abundante legislación tanto nacional como internacional que propugna abolir el sexismo en el lenguaje. Sabía que tenía que llegar el momento de abordar este tema, tan espinoso en algunos aspectos. Va a ser ahora que nuestro querido
SARS-Cov-2 y su enésima variante me tienen encerrado en casa. Intentaré hacerlo de forma sencilla, breve, y, a ser posible, sin sectarismo ni indiferencia. Vamos allá.
Se incurre en sexismo lingüístico cuando un hablante emite un mensaje que incorpora un trato discriminatorio hacia alguien en razón de su sexo, como hecho biológico y, especialmente, en todo lo que implica este hecho en el lugar que el individuo ocupa en la sociedad. El valor semántico de la expresión sexismo lingüístico permitiría que fuese aplicada a cualquiera de los dos sexos, pero en la práctica, el uso se ha restringido al sexismo que se ejerce contra la mujer. Vaya por delante la afirmación de que el sexismo existe, y el sexismo lingüístico también; no podía ser de otro modo, siendo la lengua la principal forma de comportamiento implicada en las relaciones humanas.
No me referiré aquí a casos evidentes de enunciados discriminatorios, y que raramente son hoy objeto de discusión. Como el que se da en esta frase:
Como ha sido siempre, la mujer ha de quedarse en casa cuidando de la prole y de su marido, cumpliendo las tareas que su naturaleza le dicta.
Tampoco hay que insistir en la abundante variedad de expresiones que ofrecen nuestros diccionarios, desde las más elevadas a las más vulgares o malsonantes, que se emplean para denigrar tanto a las mujeres como a otros colectivos. Sabemos que la lengua es un sistema que sirve para muchas cosas: para describir, para comunicar, para preguntar, para pedir, para ordenar, para elogiar, para mentir... Y también para insultar. Son los hablantes los que han de decidir lo que desean hacer con ella.
Hablaré aquí de algunos casos de sexismo en el uso lingüístico más sutiles, y que con frecuencia pasan desapercibidos, ya que se encuentran hondamente arraigados en mecanismos inconscientes aprendidos en el seno de las sociedades patriarcales.
Quizá recordéis una conocida adivinanza en la que se juega con el sentido de la palabra
eminencia cuando se aplica a una persona de grandes conocimientos y competencia en su campo profesional. Es capaz de resolverla quien cae en la cuenta de que
eminencia es un término que puede aplicarse en realidad tanto a hombres como a mujeres; no lo hará quien, como es habitual, solo piense en un hombre como destinatario de tan elogioso calificativo. Quien esté interesado en conocer el contenido completo del acertijo, puede acceder a él desde
este enlace.
A diferencia del ejemplo propuesto arriba, que manifiesta conscientemente determinadas ideas sobre cuál debe ser el sentido vital de la mujer —que hoy parecen claramente superadas— este acertijo pone en evidencia un caso de sexismo lingüístico inconsciente.
Traigo también un ejemplo frecuentemente citado como sexista que se encuentra en la famosa canción Libertad sin ira, que, paradójicamente, llegó a convertise en uno de los himnos de la Transición democrática en España:
Pero yo solo he visto gente
que sufre y calla, dolor y miedo;
gente que solo desea
su pan, su hembra y la fiesta en paz.
Al margen del uso de la palabra hembra, que hoy quizá juzgaríamos inapropiada para referirse a un mujer en este contexto, se produce la identificación del pueblo español (gente) solo con una parte de él, algo menos de la mitad, el hombre (que solo desea su hembra), ignorando o «invisibilizando» a la otra mitad. Este concepto de «invisibilidad» de la mujer —estrechamente vinculado con el de la igualdad—, que de algún modo queda subsumida en el ámbito de lo masculino, es uno de los ejes fundamentales de la reivindicación de los movimientos que desde mediados de los años ochenta del siglo pasado vienen denunciando y combatiendo el sexismo contra la mujer; pues, como parece fuera de duda, solo aquello que se ve, aquello que se hace presente y destaca, puede ser tomado en consideración y respetado.
Vamos a ver ahora dos temas que son objeto de discusión habitual al hablar sobre el sexismo lingüístico: el uso de las formas femeninas en las denominaciones de profesiones ejercidas por mujeres, y el llamado «masculino genérico». El hecho de que ambas cuestiones, y otras, se sitúen en el núcleo de lo que los lingüistas suelen denominar «sistema» (frente el uso concreto de ese sistema en un contexto dado) hace que haya quien plantee este asunto en términos de si el español como tal o es o no es sexista. Tengo serias dudas de que esta sea una forma correcta de hacerlo, y, en cualquier caso, creo que aporta poco a la línea de razonamiento que se está siguiendo aquí.
Profesiones ejercidas por mujeres
Es evidente que si determinada profesión es ejercida por una mujer, el nombre aplicado a quien la ejerce debe disponer de la forma femenina correspondiente, mediante la variación en la desinencia de género o de otro modo, de acuerdo con las pautas morfológicas del español. De ahí que el acceso de las mujeres a profesiones que antes eran solo ejercidas por varones obligue a la creación de nuevas formas. Esto no plantea especiales problemas desde el punto de vista del sistema lingüístico, los diccionarios incorporan estos términos con toda naturalidad y raramente son objeto de discusión. Si se desciende al uso concreto, convendrá hacer algunas matizaciones que ilustraremos a partir de los siguientes ejemplos:
Abogada, arquitecta, asistenta, (la) asistente, bombera, comadrona, (la) concejal(a), cuidadora, física, filóloga, (la) futbolista, (la) juez(a), limpiadora, médica, minera, notaria, ingeniera, matemática, música, piscóloga, portera (de una finca o de fútbol), presidenta, (la) ujier.
Ninguna de estas formas es cuestionable desde el punto de vista gramatical. Todas ellas se ajustan a la morfología del español. Sin embargo, no todas gozan de la misma aceptación en el uso.
Creo que abogada, comadrona (solo faltaría), filóloga, psicóloga y presidenta no presentan ninguna restricción de uso. Acaso solo abogada en sus ámbitos profesionales propios, tan conservadores lingüísticamente hablando y tendentes al formulismo.
Arquitecta, ingeniera, médica, notaria cuentan con alguna resistencia, incluso entre algunas mujeres, acaso porque pese el prejuicio sexista, muchas veces inconsciente, de que una profesión es más prestigiosa cuando es ejercida por un hombre. En el caso de notario puede aplicarse también lo reseñado para abogada. Por cierto, mis felicitaciones a las «médicas» que se llaman a sí mismas así sin complejos; seguiré su ejemplo.
Es muy revelador que asistenta, cuidadora, limpiadora y portera (de una finca) nunca hayan sufrido cuestionamiento alguno. No es de extrañar, son profesiones de carácter subalterno que han sido ejercidas mayoritariamente por mujeres.
Física, matemática y música son denominación perfectamente válidas, aunque cuentan con la dificultad de su coincidencia formal con la disciplina correspondiente, lo que podría dar lugar a confusiones. Nada que la pericia del hablante o del escritor no puedan resolver.
No suelen plantear problemas las formas en que la distinción de género no se manifiesta en la desinencia, como en futbolista y asistente.
En el caso de (la) juez / jueza y (la) concejal(a) no existe unanimidad en las preferencias de uso. Todas ellas son formas válidas y plenamente reconocidas en los diccionarios y gramáticas.
Como puede verse, la extensión de las formas femeninas a las profesiones ejercidas por las mujeres es un proceso que se cumple con toda naturalidad dentro de los limites del sistema gramatical de la lengua. Cosa distinta es la valoración que los hablantes hacen de cada unas de las formas en particular, que usarán de acuerdo con sus preferencias y valores, que, no obstante, no tienen por qué ser inamovibles.
El «masculino genérico»
Es el uso de la forma masculina de un sustantivo para designar al mismo tiempo tanto el masculino como el femenino. Es una propiedad de determinados sustantivos que se refieren a seres animados (personas y animales), en los cuales la diferencia sexual se manifiesta en la distinción formal de género, y se da especialmente en plural. Por ejemplo, en la frase:
Los estudiantes que hayan aprobado en junio podrán realizar la reserva de matrícula la semana que viene.
Aquí el término estudiantes puede referirse conjuntamente a personas de sexo masculino y a personas de sexo femenino. Esa sería la interpretación más normal, aunque cabe también pensar que afecta solo a varones, pero en este contexto difícilmente podría entenderse así.
El masculino genérico se da también en algunos sustantivos en singular, como hombre, que puede referirse al mismo tiempo a hombres y mujeres en su conjunto en expresiones como la llegada del hombre a la Luna, y a veces se denomina también masculino genérico al que en plural sirve designar parejas del tipo padres (padre y madre), abuelos (abuelo y abuela), reyes (rey y reina), condes (conde y condesa), etc.
Este recurso gramatical, habitual en todas las lenguas románicas, ha sido interpretado por parte de determinados grupos reivindicativos, generalmente de orientación feminista, como una clara manifestación de la invisibilización de la mujer impuesta por una cultura patriarcal milenaria. Este sentimiento —perfectamente legítimo— ha adquirido cierta relevancia social, y desde hace tiempo se ha venido trabajando en diversas alternativas al uso del masculino genérico, publicándose incluso libros de estilo promovidos por diferentes instituciones. La que ha adquirido mayor trascendencia es el desdoblamiento en masculino y femenino de los plurales que abarcan ambos géneros. Aquí me detendré solo en esta; para otras propuestas pueden consultarse las referencias que incluiré al final del artículo.
Siguiendo el ejemplo de arriba, el desdoblamiento daría el siguiente resultado:
Los estudiantes y las estudiantes que hayan aprobado en junio podrán realizar la reserva de matrícula la semana que viene.
En principio, este desdoblamiento no iría contra las normas gramaticales. Se da en muchos casos en el uso corriente pero siempre con motivos específicos y en contextos determinados, no en casos como este. En los documentos notariales antiguos era muy común especificar el hijo y la hija o los hijos y las hijas para que no hubiese duda de que una herencia correspondía a todos ellos, fueran varones o mujeres. Y hoy es muy habitual en saludos corteses, pero solo en determinadas circunstancias: señoras y señores..., amigos y amigas...
También podríamos imaginar situaciones en que sería conveniente especificar. Veamos el siguiente ejemplo:
En el colegio están planteándose organizar una clase extraescolar de costura dirigida a niños y a niñas.
En este caso no estaría de más especificar que la clase estaría pensada también para niños (que no les vendría nada mal), ya que en el imaginario colectivo tradicional la costura sería una actividad propia solo de niñas y mujeres. Un uso generalizado del desdoblamiento eliminaría este tipo de útiles distinciones.
Si transformamos el ejemplo de arriba del siguiente modo:
Todos los estudiantes aprobados en junio podrán realizar la reserva de matrícula la semana que viene.
¿Deberíamos desdoblar los determinantes y los adjetivos para garantizar la visibilidad del femenino? El resultado sería este:
Todos y todas los estudiantes y las estudiantes aprobados y aprobadas en junio podrán realizar la reserva de matrícula la semana que viene.
Parece poco razonable.
Este tipo de desdoblamiento tiene implantación, aunque de manera limitada, en ciertos tipos de textos. Se oye con frecuencia en los discursos políticos o en los medios de comunicación, y aparece en algunos casos en textos administrativos; también en otros contextos, como en los breves mensajes de la mensajería inmediata, con frecuencia en tono amablemente jocoso. Poco más. Los propios promotores de estos cambios reconocen inviable su aplicación general, y sugieren limitarlos a ciertos tipos de documentos (normas legales, administrativos y otros).
En el año 2018, la entonces vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, con ocasión de los cambios constitucionales que se había previsto realizar de manera inminente, solicitó a la Real Academia Española su colaboración en una nueva redacción de la Constitución Española mediante la utilización de un «lenguaje inclusivo» que superara la invisibilidad
femenina de la que, en su opinión, adolecía el texto constitucional. La respuesta llegó dos años después y fue que no (dicho de forma más ampliada, y con ciertos matices y argumentos, claro). El documento de respuesta es público y a mí me ha interesado, no tanto la parte que se refiere a la Constitución, sino sobre todo un anexo —que parece estar redactado por otra mano— en el que se trata ampliamente el problema del sexismo lingüístico, con una exhaustiva argumentación en favor y en contra de las soluciones propuestas para combatirlo. Lo he incluido en las referencias aquí abajo.
Sin duda el sexismo lingüístico es un hecho real, y el primer paso para hacerle frente es adquirir conciencia de su existencia. Es digno de todo elogio el esfuerzo de muchas mujeres por alcanzar el lugar que les corresponde en la sociedad, que es probablemente una de las señas de identidad más evidentes del siglo XXI. También las instituciones de todos los niveles son conscientes de ello, y son numerosas las iniciativas encaminadas a ese propósito. Son muchas las cosas que se pueden y se deben hacer para desenmascararlo y abolirlo. Pero debe tenerse en cuenta que las lenguas naturales son productos históricos que nacen y evolucionan por consenso implícito de toda la comunidad hablante, y poseen estructuras básicas que no pueden ser soslayadas. Cualquier iniciativa que ignore estos hechos está condenada al fracaso.
Referencias